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Culpable por toda su gestión

Juan de la Borbolla R.

Resulta importante la precisión de que el juez segundo de distrito en materia penal, licenciado César Flores consideró que la acción penal contra los delitos especificados por el titular de la Fiscalía Especial para Delitos del Pasado, licenciado Ignacio Carrillo Prieto, habían prescrito; lo cual no significa de ningún modo una exoneración o una declaración de inocencia contra los presuntos implicados de los actos de genocidio llevados a cabo el Jueves de Corpus de 1971 y que vinieron a reconfirmar la actuación represora criminal de Luis Echeverría.

Este personaje pretendió deslindarse de las acciones del 68 en las que fungió como Secretario de Gobernación, para endosarle la responsabilidad a su entonces jefe Gustavo Díaz Ordaz, en tanto que él ya como presidente en julio de 1971, volvió a su actitud cobarde de no asumir responsabilidades, incriminando a su entonces subordinado Alfonso Martínez Domínguez, a la sazón regente del Distrito Federal.

Si recordamos la actuación de Echeverría durante su gestión presidencial tenemos que concluir que importa poco la salida legal encontrada por el citado juez, para evitarle al ya anciano ex Presidente mexicano ser juzgado.

Los mexicanos con memoria histórica ya desde hace tiempo emitieron sentencia que ubica a dicho ex Presidente como uno de los más nefandos de la historia, por ese “estilo personal de gobernar” que dijera don Daniel Cosío Villegas en los magníficos libros que culminaron su enorme obra de crítico político y que supieron calibrar el enorme daño que ejerció Echeverría durante el sexenio 1970-76.

Con Luis Echeverría llegó a su cima el absolutismo de un caudillismo sexenal planteado por Lázaro Cárdenas como medio para acabar con el Maximato ejercido por Plutarco Elías Calles en los albores de la historia de 71 años de partido hegemónico.

Con Echeverría y ese su estilo personal de gobernar que obligaba a renunciar a secretarios de Estado versados en la materia, como Hugo B. Margáin, para declarar enfáticamente que las finanzas públicas eran también atribución absoluta del Presidente de la República, sólo se consiguió que ese “milagro económico mexicano” que a lo largo de 30 años consiguió crecimientos del PIB de seis y siete por ciento anuales, con el peso firme a 12.50 con relación al dólar, con una deuda externa en torno a los cinco mil millones de dólares y plenamente controlable, muriera de repente; trayendo consigo la crisis económica recurrente que desde 1976 con algunos períodos breves de mejora, ha empobrecido a México y a los bolsillos de los mexicanos.

Luis Echeverría conjuntó en su Gobierno sexenal un poder absoluto, un afán populista fomentador de luchas de clases; paranoias continuas no sólo contra el Gobierno norteamericano, sino también contra el de muchos países poderosos y contra las empresas trasnacionales y una política económica derrochadora de los recursos, basándose en esa teoría neokeynesiana de que el gasto gubernamental era motor de desarrollo.

Su condena histórica no es sólo por el “Jueves de Corpus”, es por toda su gestión.

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