“La palabra es mitad de quien la habla y mitad de quien la escucha”.
Michel de Montaigne
Para cuando usted lea estas líneas yo me encontraré camino a Davos, Suiza, para participar en el Foro Económico Mundial. Este viaje se ha hecho de alguna manera un hábito para mí. Ésta será la quinta vez que asisto a este Foro: cuatro veces en Davos y una, en 2002, en Nueva York.
Davos es algo distinto para cada persona. Para algunos constituye una oportunidad de salir del trajín cotidiano y de aislarse en una pequeña aldea alpina para reflexionar sobre temas económicos, políticos y sociales o incluso científicos y culturales. Para otros es un lugar ideal para establecer contactos de negocios y políticos. Para algunos más es un festejo social en el que hay que ser vistos para ser alguien.
Este año se reunirán en Davos más de 2,100 participantes de 94 países. Los organizadores informan que asistirán 30 jefes de Estado o de Gobierno y 75 ministros o secretarios de Estado. Habrá también dirigentes de iglesias, de sindicatos y de organizaciones no gubernamentales.
Más de la mitad de los participantes serán empresarios o ejecutivos de las principales compañías del mundo. Ésta es una cumbre de cumbres, pero con una diversidad mayor de participación a la de cualquier cumbre.
Algunos grupos opuestos a la globalización han elegido desde hace tiempo al Foro Económico Mundial como uno de esos grandes villanos que deben combatirse porque representan lo peor del capitalismo. Pero quienes esto piensan simplemente no se han molestado en participar o en leer los contenidos de las discusiones del Foro.
La enorme mayoría de los puntos de vista que se expresan en Davos son tan “políticamente correctos” como los del Foro Social Mundial. En Davos participan 54 organizaciones no gubernamentales como Amnistía Internacional, Human Rights Watch y Transparencia Internacional. De ninguna manera se trata de un foro de derecha. De hecho, uno de los temas principales que se tratarán en esta ocasión será “La reducción de inequidades”.
Davos, es cierto, puede ser muy frustrante. De manera simultánea se realizan varias conferencias y discusiones que llaman poderosamente la atención. Es tan grande la oferta de ideas que se siente uno abrumado. La idea original de Davos, reunir a un pequeño grupo de empresarios y políticos en un lugar aislado para darles la oportunidad de reflexionar con tranquilidad sobre los asuntos más trascendentales, se ha perdido definitivamente debido al propio éxito del Foro. “Éste es el último lugar del mundo para pensar sobre los grandes temas”, me dice un veterano del Foro.
Ante la cacofonía de voces, los medios de comunicación y buena parte del público suelen reducir el intercambio de ideas de Davos a fórmulas fáciles. Las ideas políticamente correctas son recibidas con fuertes aplausos y se trasladan con facilidad a los encabezados de los medios de comunicación. Los argumentos más complejos se pierden para muchos, porque en la vorágine de ideas pocos tienen la paciencia para entenderlos.
Como en los Juegos Olímpicos, lo mejor que uno puede hacer en Davos es abandonar todo intento de abarcarlo todo y concentrarse en unos cuantos temas y en unas cuantas personas. De nada sirve tratar de asistir a todas las conferencias o pretender conseguir un grado de educación avanzada en cinco días de marchas forzadas.
Cada año, cuando termina el Foro, me siento agobiado o incluso decepcionado y me hago la promesa de no regresar al año siguiente. Pero cuando llega el nuevo Foro acudo con entusiasmo. Después de todo, cada año en Davos encuentro algo excepcional. Pueden ser unas cuantas ideas, pero su influencia es poderosa. No son usualmente los grandes discursos de los grandes personajes en las reuniones plenarias, sino las intervenciones, a veces improvisadas, de personajes menos conocidos que entienden su tema en profundidad.
El hecho es que, mientras usted lea esta nota, yo estaré nuevamente en el largo camino que lleva a Davos. Pasaré varios días resbalándome torpemente en la nieve, asistiendo a conferencias y discusiones sobre todo tipo de temas, conociendo a personas cuyos nombres nunca he escuchado pero que en sus países o sus campos de especialidad son de una importancia seminal. Y al final habrá algunas ideas nuevas en mi cabeza, las cuales podrán en un momento dado colocar mi visión del mundo bajo una nueva perspectiva.
Política y tiempo
“En política todo tiene su tiempo”. Es verdad. Pero en boca de Marta Sahagún de Fox esto significa que hay que esperar para que en su momento la esposa del Presidente decida si quiere o no postularse como candidata a la Presidencia de la República. Lejos están los tiempos en que Marta simplemente negaba su interés por la presidencia.
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