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Cumbre Extraordinaria de las Américas/Diálogo

Yamil Darwich

Durante los días 12 y 13 de enero, en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, se verificó la “Cumbre Extraordinaria de las Américas”, evento al que asistieron los presidentes de las naciones de nuestro continente, buscando encontrar a través del diálogo principios de solución a los problemas que nos atañen a todos.

Desde luego que se notó la ausencia de Fidel Castro, el eterno dictador caribeño que no fue invitado, cosa que fue del agrado del presidente George W. Bush, que con desplantes de poder, dinero y temor, ocupó por algunas horas varios pisos del más lujoso hotel de la Sultana del Norte, generándoles malestar a huéspedes y vecinos ante sus medidas extremas de seguridad, a lo que, desde luego, no le dio la mínima importancia.

Los enunciados y no acuerdos firmes se presentaron en un marco de tensión política, sin someter ningún tema al elemental principio de la planeación, que requiere precisar tiempos y formas, entre mandatarios que manifestaron sus diferencias: el Boliviano exigiendo al Peruano atención al problema ocasionado a su país por la pérdida de territorio y salida al mar; el Venezolano, con actitud retadora ante las amenazas indirectas del Norteamericano, que declaró: “en América ya no hay cabida para dictaduras” en una clara alusión al desinvitado Fidel y de paso, enunciando una velada amenaza para Chávez, que más que hacerse el desentendido dio muestras de suficiencia, llegando hasta la desatención a la debida cortesía y diplomacia para con los demás, arribando tarde y haciéndose esperar al momento de la toma de la fotografía oficial.

Declaraciones del Argentino, que en tono moderado pidió ayuda a los ricos norteamericanos para poder atender los problemas sociales y económicos de América, actitud muy distante a la manifestada en otros tiempos, cuando la economía de su país no era tan frágil y preocupante.

Entre todos, sobresaliendo no sólo por su alta estatura física sino por los constantes errores, el presidente de México, Vicente Fox, que de paso aseguró un espacio conveniente para el lucimiento de su esposa Marta, la que no quita el dedo del renglón en aquello de hacerse notar y de ser posible alcanzar la nominación de su partido para la candidatura para la primera magistratura en el año dos mil seis, algo que por lo pronto es descartado por los altos dirigentes de Acción Nacional, sin que ello amedrente a la señora Sahagún, que sigue demostrando que “pesa y mucho”, en la toma de decisión presidencial.

De nuevo se repitieron los lapsus linguae de Fox, que nos guste o no nos guste es nuestro representante; dicho de otra forma: cometió más errores en nuestra representación como primera autoridad del país, nuestra voz oficial.

Los momentos fueron variados; se dieron desde los errores políticos y de diplomacia hasta los de pronunciación.

Revisemos sólo algunos de ellos, los más sobresalientes, que se subrayaron por haberlos cometido públicamente y ante las cámaras y micrófonos de los periodistas:

Entre los de diplomacia y política sobresale la declaración de que “no soy lacayo del presidente Bush”, palabras que para quienes comprenden las bases de la neurolingüística son interpretadas en referencia al sentimiento oculto que de pronto emerge en toda plenitud y que bien pudiera interpretarse como: “me siento sometido por George W. Bush”.

Con motivo de la declaración de Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica en referencia a su posición política ante las dictaduras y su franca enemistad hacia Fidel Castro (que en eso de las diferencias de forma de vida y política internacional gusta de personalizar), de inmediato, sin mediar necesidad o petición alguna, nuestro Vicente Fox aclaró la postura de México: “me deslindo de lo aseverado por el presidente Bush; ...continuamos con la política de no intervención; ...México ha tenido y seguirá teniendo una excelente relación histórica con Cuba”. Dicen los que gustan de los refranes: “aclaración no pedida, culpabilidad aceptada”, como si se sintiera evidenciado, rompió con viejas reglas políticas de no dar explicaciones innecesarias, o hablar “más de la cuenta”, manifestando de nuevo sus temores por regresar al estado de crisis política con Cuba, olvidando su falta de sensibilidad hacia los Norteamericanos, en aquellos fallos de política y diplomacia cometidos con motivo del atentado del 11 de septiembre de 2001.

Sobra comentar que el resto de los mandatarios mantuvieron un inteligente silencio.

Más errores de sensibilidad política y hasta de cortesía hacia sus colaboradores fueron los que cometió al acomodar a los familiares en lugares privilegiados, dándoles un lugar preponderante, por encima de cualquiera de sus Secretarios de Estado, costos que de inmediato le hicieron efectivos los observadores políticos y periodistas asistentes.

La historia no termina ahí, continúa con los errores de pronunciación y lectura. Al momento de la clausura del evento, leyendo sus palabras finales, interrumpió para pedir la hora exacta, mostrando una sonrisa de picardía pretendida, intentando subrayar la “puntualidad” en el cumplimiento de los tiempos, al ser las 2:27 pasado meridiano, que comparó a la del texto fijada en las 2:30 p.m., el momento calculado para que lo pronunciara; luego, tratando de retomar la lectura erró al pronunciar la fecha, iniciando con la pronunciación de doce, cuando era día trece. Sin duda que la distracción le llevó a la pérdida de concentración mental cometiendo el yerro.

Habrá que analizar la falta de respeto al evento y a las personalidades asistentes tenido por los Presidentes de Bolivia y Chile, que sin derecho de uso de palabra, fuera de contexto y programa, interrumpieron el acto para retomar las diferencias entre sus países, por el territorio perdido por los primeros, lo que les impide contar con una salida propia al mar. La pregunta queda en el aire: ¿habrían cometido la misma falta a los principios de diplomacia en otras circunstancias y ante otro anfitrión?

Durante mucho tiempo los mexicanos hemos luchado por alcanzar una verdadera vida democrática, cansados de padecer “tiempos de crisis” que además de no mostrar mejoría se profundizaban a cada día. Buscar “el cambio” era un precio que estábamos dispuestos a pagar, tanto así que los ciudadanos ejercimos nuestro derecho a elegir con un mucho de “voto de castigo” al candidato de la hasta entonces oposición política, que ahora parece ser un precio alto, del que pretenden, para nuestra desgracia, “repetirnos la dosis”, cumpliendo la sentencia de otro refrán muy nuestro: “al que no le guste la sopa de fideos, dos platos”. ydarwich@ual.mx

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