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De héroes y competencia

Federico Reyes Heroles

“Pobres de los países que no tienen héroes” “Pobres de los países que necesitan héroes” .

Bertolt Brecht

Medallero Atenas 2004:

México lugar sesenta. Se puede responder con filosofía. “La competencia envilece: uno es sin tener que demostrarlo”. “Competir es un acto de vanidad”. “Se puede ser el mejor sin tener que cantarlo a los cuatro vientos”. Todo esto es válido y sin embargo el ser humano compite, compite en todo, compite sistemáticamente, compite por orgullo, pero también compite por la vida.

La competencia es toda una filosofía de vida. Quien decide competir tiene de entrada que aceptar sus debilidades. Mido uno treinta y cuatro, el basquetbol no es lo mío. Pero en el ajedrez no importa la longitud de piernas, tampoco para levantar pesas o montar un caballo. Competir es una filosofía pues quien compite innova.

Siempre habrá una forma de hacer que una flecha viaje más rápido, que un televisor sea más fiel a la imagen, que una grúa cargue más peso o un barco gaste menos combustible. La competencia es en buena medida la responsable de muchos de los avances tecnológicos y científicos. Por supuesto todo tiene su lado negativo. Siempre habrá una bomba más eficaz.

De nuevo esgrimir razones morales en contra de la competencia es inútil: desde la Antigüedad el mundo compite todos los días y esa competencia determina el futuro de los pueblos. La conquista del Mediterráneo fue una competencia, feroz pero competencia. El comercio, motor de las naciones, es competencia por definición.

El avance científico y tecnológico es estimulado por la competencia. La competencia enseña mucho, por ejemplo enseña a medir, a contar, a comparar, a aprender de los otros. Por lo general las naciones que asumen una actitud de competencia lentamente la despliegan en todas sus áreas. Compiten con los deportistas, pero también con la productividad de las industrias, con el rendimiento de los estudiantes, de las universidades, con el apego a las leyes.

Los países como un todo compiten por demostrar cual tiene mejor democracia, más respeto a los derechos humanos o mejor conservación del ambiente. Las naciones que compiten exitosamente producen más, tienen más calidad en sus productos y servicios, venden más, exportan más y, finalmente, como resultado de esa competencia, viven mejor. Casi siempre son los mismos que, por cierto, tienen más científicos, más técnicos, los mismos que reportan mejores niveles educativos y los que registran más patentes al año.

Así que la competencia puede dejar atrás la discusión filosófica porque en la práctica conlleva bienestar. Pero claro los niveles educativos o la productividad tienen poco sex appeal. Nadie sale a gritar por las calles cuando su país resulta primero en educación científica por ejemplo. Pero si la ideología de la competencia está allí, alguien se preocupará por haber sido desplazado del primer lugar. En contraste los deportes mueven a la pasión nacional. Un país entero es capaz de paralizarse por ver a su corredora, como ocurrió el martes pasado con Ana Guevara, en su máximo esfuerzo. La diferencia estriba entonces en cómo adoptamos la competencia, al triunfo y a la derrota.

La tragedia de los juegos olímpicos de Atenas no radica sólo en el número de medallas obtenidas, sino la forma cavernaria como justificamos nuestra derrota. Con 104 millones de habitantes, la gran mayoría jóvenes, la undécima economía del mundo, con un grado de institucionalización mucho mayor que otras naciones, México pareciera no haber comprendido de que trata la competencia. Tampoco pareciera pesarnos el ridículo. De entrada no somos capaces de admitir nuestras limitaciones, vamos a todo y por supuesto en todo quedamos mal.

Además pareciera que la derrota no nos duele. Enviamos más de cien deportistas de los cuales la gran mayoría no tenía ninguna posibilidad de obtener un lugar decoroso. No es su culpa pero, por qué tienen que exponer el nombre de México a sabiendas de que la derrota es lo más probable.

Eso habla de una vanidad personal que está por arriba del amor por el país. ¿Qué ejemplo le están dando a las futuras generaciones? Son perdedores profesionales, con una diferencia, llevan la camiseta de México. Por eso el desencanto es desgarrador. Finalmente el tratamiento hacia los pocos vencedores es de héroes y heroínas, lo cual desvirtúa totalmente el carácter profesional que tiene toda competencia, deportiva.

Si la calidad de los automóviles que exportamos dependiese de un obrero genial, estaríamos en la tumba. Por eso no acertamos a tener buenos rendimientos, porque andamos a la caza de seres de excepción cuando se trata de formar, entrenar, sostener y competir con terrestres.

Cada cuatro años es lo mismo. Millones de mexicanos, sobre todo los jóvenes, se montan en una ola de entusiasmo infundado. Por fortuna siempre hay seres de excepción como Ana Guevara o Belem Guerrero o los hermanos Salazar, pero la verdad es que el ánimo nacional sale, y con razón, bastante mellado. Por población, por ingreso, por nivel educativo, por tamaño de la economía, por dónde se le mire, no estamos en el nivel que debiéramos. Países mucho más pequeños, Cuba, Bahamas, Dominicana, más pobres Ucrania, Marruecos, Etiopía, con menor desarrollo institucional Zimbawe, Kenia, Camerún, logran superarnos y por mucho. Competir es mucho más que ir a las competencias. La productividad de México se viene cayendo desde hace años.

Los costos de los energéticos, del transporte, de la economía informal, de la tramitología, de la inseguridad, de las telecomunicaciones y varios más nos están sacando de la competencia. Y los mexicanos no hacemos nada. Claro los chinos, los chilenos entre otros, están ocupando nuestro lugar en los grandes mercados. Pero aquí seguimos, esperando un golpe de suerte. A ver si de chiripa nos sacamos alguna “medallita” de consolación. Pero esas medallas no forman nación. El mérito es de Ana Guevara y de los otros, no de una organización, nuestra organización, una organización nacional que propicie y facilite el camino a todos los que tienen posibilidades. Es al revés, los felicitamos con el corazón en la mano por lo que hicieron a pesar de lo poco que el país les ofreció. Por eso los hacemos héroes, porque lograron sobresalir en un medio que les fue hostil, adverso. Y por eso los niños, los jóvenes, los que no han caído todavía en la desilusión, se enorgullecen de ellos, pero no del país.

El día que logremos dejar atrás a los héroes, el día que sepamos que ganar es un acto racional y no un milagro, ese día habremos aprendido que la competencia es supervivencia.

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