EL SIGLO DE TORREÓN
TORREÓN, COAH.- Rodrigo Camacho la conoció en 1998, a través del DIF (Desarrollo Integral para la Familia) Torreón, que lo invitó a realizar un proyecto de desarrollo cultural para ella. Desde entonces, son buenos amigos.
Han hecho cosas juntos, muchas. Unas interesantes, otras divertidas. Han compartido momentos difíciles y tristes; han visto morir a varios de sus hijos e hijas, algunos muy jóvenes. También, con orgullo han visto crecer su futuro: sus niños y niñas. El tiempo pasa...
Cuando la conoció, aprendió mucho y le dio la oportunidad de compartirle sus experiencias. Pero lo más importante para Rodrigo, lo que nunca va a olvidar es la manera en que le ayudó a reconocer sus raíces; a apreciar y comprender el hábitat de sus antepasados. Gracias a ella recreó y revivió las costumbres de su familia, de sus antepasados. Gracias a ella, supo de dónde venía, dónde está y hacia dónde puede ir.
El lunes regresaron de Cuencamé once de sus hijos y Rodrigo. Es ahí donde nace la historia de ella, La Flor de Jimulco y el Señor de Mapimí. Todo comenzó un Jueves Santo de 1715, cuando unos indios atacaron el mineral del Real de Mapimí; su objetivo era destruir la imagen.
Dicen que el ataque fue brutal; los sobrevivientes, como pudieron, huyeron con la imagen, su destino era Parras de la Fuente. Sin embargo en un lugar que hoy se conoce como Jimulquillo guardaron la imagen. Meses después, una brigada de soldados que pasaba por ahí encontró a una india venerando la imagen. Reportaron el hallazgo y las autoridades les ordenaron que la imagen fuera trasladada a la ciudad de Cuencamé, Dgo. por considerarla el lugar más seguro. La imagen llegó a Cuencamé el seis de agosto de ese mismo año.
La gente del mineral de Mapimí se enteró y fue a Cuencamé a reclamar la imagen, dicen que cuando quisieron llevársela se hizo tan pesada que las mulas que tiraban de la carreta no pudieron moverse. Se llegó a un acuerdo: cuando la gente del mineral de Mapimí le construyera un templo, la gente de Cuencamé regresaría la imagen. El templo nunca se construyó, por eso el Señor de Mapimí se sigue venerando en Cuencamé.
Ella nació en Jimulquillo, donde fue resguardada y después hallada la imagen, es por eso que sus hijos peregrinan cada año a Cuencamé a principios de agosto, desde hace casi 100 años. Los hijos mas grandes de ella, los que aún viven, transmiten de generación a generación los detalles de la peregrinación.
En un principio, allá por la época de los patrones, se trasladaban hasta Cuencamé en burros, mulas y caballos. Brincaban la sierra del Salmerón por el Cañón de la Peña Tajada, llegaban a San Antonio de Ojo Seco, ahí pasaban la noche. Al otro día muy temprano recorrían los 12 kilómetros que los separaban de Cuencamé. Hoy el peregrinaje es en camión. El día seis.
Rodrigo Camacho participa en estas peregrinaciones con un grupo que le acompaña desde hace cinco años. El pasado día cinco iniciaron la travesía en sus bicicletas de montaña, iniciaron la travesía de 80 kilómetros hacia Cuencamé, ella los despidió y les dio su bendición. Cruzaron el Aguanaval por el puente Jalisco, pasaron por San José, llegaron a la presa de San Julián y de ahí se fueron a las tapias blancas, ahí almorzaron. Cruzaron el Cañón de San Diego, llegaron a la Laguneta y de ahí pasaron a toda velocidad por Vallecillos hasta llegar a la Cureña, donde comieron y recargaron agua. En 30 minutos pasaron por San Antonio de Ojo Seco. A las 5:30 arribaron a Cuencamé, a la Escuela Lázaro Cárdenas, donde sus amigos peregrinos de la danza del ejido La Ventana, Coahuila les brindan amistad, hospedaje y alimento.
Este sólo es un fragmento de las Fiestas del Señor de Mapimí, que se celebran en Cuencamé. El día seis de agosto se quema un ?castillo? en el atrio de la iglesia. Y cada año, Rodrigo peregrina con sus amigos de La Flor de Jimulco hasta Cuencamé.