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De la radio y otros tamas

Mussy Urow

No sé si a Usted le ocurra lo mismo: a mí me da por alejarme intermitentemente de las noticias de los diarios y concentrar mi atención en las páginas de sociales y espectáculos. Sin embargo, la frivolidad de las primeras y la ínfima información de las segundas -así como las encuestas de cómo acabará la telenovela “Rubí” o qué fobias padecen sus actores- me hacen regresar a regañadientes a las secciones de noticias y editoriales. Saturada de leer versiones ampliadas de siempre lo mismo, recurro al radio, aprovechando el tiempo que en Torreón ya pasamos circulando de un punto a otro, lo que habla del crecimiento de nuestra ciudad.

El formato del noticiero radial es muy diferente al de la televisión. En ésta, la imagen del locutor distrae nuestra atención; en lo personal me fijo demasiado en el color de la corbata, en el movimiento de los labios, si está bien o mal rasurado; con las locutoras es mayor la distracción. Ellos también se “sienten observados”, aunque le estén hablando a una cámara, porque constantemente mueven papeles o juegan nerviosamente con una pluma.

Escuchar noticias por la radio tiene varias ventajas: la programación es más ágil y dinámica, se combinan con mayor rapidez las notas, comentarios y entrevistas. Oír la mitad de alguno de estos noticieros, rumbo al trabajo o de regreso a casa significa que estuvimos en el carro cerca de media hora, durante la cual aprovechamos doblemente el tiempo: estar enterados y al día de lo que ocurre en el país y al menos por un rato, estimular la imaginación. Esto dependiendo, claro, del locutor, porque los hay inteligentes, que opinan con coherencia e integridad, o los que no dejan contestar al entrevistado y les fascina oírse y los amarillistas que gozan desmenuzando la nota y hay unos pocos, verdaderos comunicadores, sobre todo a nivel nacional, que logran capturar la atención y el interés de los que escuchamos.

En la actualidad, la radio ha capitalizado ese tiempo muerto que ocupamos en ir y venir. Si alguna noticia atrae nuestro interés, probablemente haremos la nota mental de ver en la televisión la imagen del suceso. Al momento de escuchar la noticia en la radio, se genera en el receptor una reflexión inmediata, porque es como si alguien nos estuviera contando algo personal y sentimos la necesidad de comentar, de dar nuestra opinión. Por ejemplo, el reciente evento ocurrido en Ciudad Juárez al presidente Fox. Mi primera reacción fue pensar, “¡Qué barbaridad, a dónde se ha llegado!” Pero resulta que no es la primera vez que algo así ocurre: durante los sexenios de Carlos Salinas de Gortari y de Ernesto Zedillo, los dos tuvieron experiencias similares. Lo cual significa que el descontento popular, cuando tiene la oportunidad, se manifiesta. Lo diferente fue la actitud adoptada por el presidente Fox. Precisamente en algún noticiero de la radio, escuché el comentario de uno de esos “analistas” que los locutores invitan para comentar las noticias. El Presidente de la República, decía, es una institución que conlleva ciertas formas y normas de conducta; se rige por un protocolo especial. El resquebrajamiento de estas formas por parte de quien debe ser el primero en respetarlas, debido a la investidura de su cargo, ha propiciado una falta de límites y ha abierto la puerta para que la conducta de diputados, senadores, funcionarios públicos y clase política se haya aligerado. Desde el primer día de su administración, el presidente Fox ha relajado las formas, sentando un precedente. Ese ejemplo se ha generalizado y no termina de sorprendernos.

La continua pugna de “dimes y diretes” entre el Jefe de Gobierno del Distrito Federal y del Ejecutivo, cuando no de alguno de sus cercanos colaboradores parece no tener fin y cada vez es más evidente que los protagonistas de esta lucha interminable no quieren que se acabe. Su conducta es como la de dos niños aferrados que no dan su brazo a torcer. ¿Por qué el presidente Fox se engancha en esas vencidas verbales con López Obrador? ¿Por qué siente la imperiosa necesidad de contestar todo y a todos? En el caso de Ciudad Juárez, ¿no habría sido más conveniente escuchar a los quejosos y prometerles revisar su asunto? ¿Era imperativo decirles que “no se dejen engañar”? ¿Por quién o quiénes?

Todos los días hay un nuevo sainete. La semana antepasada fue la exhibición del último video protagonizado por un mudo Bejarano y un locuaz Ahumada; esta semana es lo del gobernador de Morelos y las cirugías plásticas de la señora De Muñoz Leos. ¿Qué más falta por ver? Ya dijo el procurador Bátiz ( además de justificar a un alto funcionario de la procuraduría, sorprendido in fraganti, que lo que estaba haciendo lo hacía en su tiempo libre) que hay más videos. ¿Nos los va a ir dosificando en los siguientes meses? ¿Verdaderamente existe un complot (o compló)? ¿Quién está detrás de todo esto? El mexicano tiene una obsesiva fascinación por las conspiraciones, mientras más truculentas mejor. Es paradójico que en un país donde la lectura no es uno de los pasatiempos más populares, la imaginación llegue a desbordarse a tales grados.

Volviendo al estímulo imaginativo de la radio, la reflexión iniciada por algún comentarista nos lleva a la búsqueda de una definición, la necesidad de concretar de alguna manera nuestro incierto futuro como nación. Y en la base de todos los problemas surge la misma y persistente razón: nos falta educación y nos sobra corrupción. Y ese pensamiento se encadena inmediatamente con las imágenes que a través de la televisión nos presentaron los diputados y asambleístas del Distrito Federal y su negativa a aceptar cambios en el artículo 122. El incidente al convoy del presidente Fox en Ciudad Juárez fue protagonizado, entre otros, por un grupo de maestros disidentes y muchas de las más violentas manifestaciones las han realizado maestros. Esto ya no es un mensaje subliminal, sino una muestra clarísima de que una parte muy importante de la educación pública en México está en las manos equivocadas.

Decía Maquiavelo, (Libro I de los Discursos) cuyo nombre se usa hoy día como sinónimo de intrigas oscuras y perversas, que “la corrupción impide la libertad de los pueblos y la salvación está en los medios extraordinarios”. Y éstos no son los de comunicación, claro, sino las acciones que deberían estar tomando los legisladores para sacar las tan mencionadas reformas que urgentemente necesita México. Pero no, están ocupadísimos todos, desde el Presidente para abajo, en revirarse a diario a ver quién aguanta más.

En fin, que la radio es hoy un medio de comunicación estimulante que nos permite estar al día en una forma rápida, amena y concreta, a la vez que vamos elaborando nuestra propia opinión en una especie de diálogo privado con el locutor. De modo que si Usted también se cansa de leer siempre lo mismo, sintonice en su radio alguno de los buenos noticieros y aproveche el tiempo.

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