Doce de diciembre.
A muchísimos mexicanos nos hace evocar muchas cosas esta gran fecha.
Los que crecimos en pueblo tenemos cosas qué platicar.
Allá, en el suelo natal, las fiestas decembrinas empezaban en todo su esplendor un día como hoy...
En realidad, las banquetes con tamales, buñuelos y atole no esperaban más tiempo. Este día era el del arranque.
La noche del once, en los pretiles de las casas, o sea en lo alto de los techos, se colocaban las famosas cazuelejas, que eran recipientes de barro con aceite y mecheros que se encendían toda la noche hasta que amanecía.
En el Cerrito, donde está la iglesia dedicada a la Morenita del Tepeyac, las danzas empezaban su función muy temprano y así seguían todo el día y la noche, pues los danzantes no sólo eran del pueblo sino de todas las rancherías cercanas.
Había una casa junto a la iglesia donde nos gustaba estar casi todo el día. Ahí las labores seguían su ritmo normal. En la cocina había toda clase de asados y sopas, mientras que en el gran patio los hombres apaleaban las matas de frijol y en recipientes vaciaban la semilla en costales.
Había que ver el ingenio de los famosos ?viejos de la danza?·. Algunos eran excelentes bailarines y otros buenos cantantes. Sus ocurrencias mucho nos divertían y a los niños gustaban de darles paletas o dulces.
Adentro de la iglesia todo era impresionante, los cantos, los rezos, las procesiones, las vestimentas de los niños, casi todos ataviados de Juan Diego y las niñas de la Virgen Morena.
Muchas veces hubo funciones alusivas presentadas por el gran maestro Antonio de Lara. Ése fue un gran señor que a todos los niños nos puso a actuar, unos vestidos de inditos otros de ángeles y uno que otro de demonio.
Y en el centro de todo la figura morena de la Virgen de Guadalupe, como feliz de que todos estuviéramos a su lado.
¡Qué tiempos señor don Simón!