Este año la vimos más abatida.
De ella hemos platicado algunas veces.
Vive con su esposo y sus hijos en la ladera de una montaña.
No se puede decir que la suya sea una casa.
Tablas y láminas unidas imitan una pequeña construcción que medio conforman dos cuartos. Uno para dormir los padres, otro los hijos.
La cocina está casi al aire libre, con una lámina por techo que medio da sombra al lugar.
Algunas veces hemos reunido algunas cosas y se las llevamos, mismas que reciben periódicamente con gusto y alegría.
No hace mucho perdió un hijo, atropellado en la carretera cercana. Una cruz indica el lugar donde un automovilista arrolló al joven y huyó.
Ya sin ilusiones nos dijo: Fui a ver al nuevo presidente municipal de aquí y me prometió darme un terrenito para que haga una casa abajo del cerro, ya no tan lejos de la población pues ya no puedo caminar mucho para ir por agua, y mi esposo también se está haciendo viejo.
Muchas circunstancias que se aparecieron no nos han permitido ayudarle a construir una casita, como soñamos en otros tiempos buenos.
Y es que la situación se ha tornado crítica para muchos.
Pero a cambio sentimos las oraciones y las bendiciones de Goyita cuando los vientos han soplado en contra. Algo nos ayuda a salir adelante.
Casos como el de ella hay muchos en nuestro país. Ojalá un día, no sólo el gobierno sino los que pueden, se toquen el corazón y vayan en apoyo de los que nada poseen, ni un techo para mitigar las inclemencias del tiempo, y a veces ni un pan para calmar las exigencias del estómago.
