El campo
Con su imponente y majestuosa tranquilidad parece pedirnos silencio.
Estamos en este semidesierto donde los árboles no existen.
Sólo pequeñas matas en su mayoría de gobernadora adornan el paisaje.
Y es asombroso cómo los pájaros encuentran lugares apropiados para descansar y para deleitarnos con su canto.
El aire entra a nuestros pulmones y parece limpiarlos y darles fortaleza.
Casi no hay ruidos fuertes, sólo el viento muestra su presencia moviendo con fuerza las varas de los cactos.
Y nuestro olfato capta los aromas de la tierra y las plantas mojadas, ¡qué olores!
Este campo hermoseado por un cielo azul en el que aparecen algunas nubes.
Llovió el día anterior y se formaron algunos charcos a donde llegan los zanates a beber.
De pronto se escucha el ruido de un pequeño avión, pero no lo encontramos en el cielo. Quizá vuela lejos pero el viento trae los ecos de su motor.
Y luego vuelve el silencio alterado sólo por el canto de los pájaros que parecen estar felices, dueños absolutos de todos los contornos.
Cerca de donde estamos hay huellas de que en un tiempo se cultivó la tierra. Surcos ya casi desdibujados parecen decirnos que ahí el hombre buscó su sustento y al venir los tiempos de sequía surgió el abandono.
La tranquilidad nos permite encontrarnos a nosotros mismos porque nada como la soledad para estar en paz y para recordar lo que ha pasado a lo largo de la vida.
Y vienen a la mente nuestros años infantiles acompañando a los sembradores de nuestro pueblo para conocer desde temprano las maravillas de la naturaleza que amorosa recibía el grano y generosa devolvía frutos, bienestar y bendiciones.
El campo, con su tranquilidad nos hace recordar y filosofar. Nada como la paz y la tranquilidad para ordenar las ideas y los pensamientos.
¿Cuánto hace que usted no va al campo y goza de su majestuosa paz?