En una de esas intensas giras que acostumbran los presidentes, a otros países del mundo, recuerdo un hecho, que alguna relación debe tener con lo que sucede en estos días en Sudamérica. Uno de ellos, Presidente de dedo, quizás acostumbrado a que, por arte y magia de la banda tricolor que le cruzaba el pecho, las cosas públicas tomaran el derrotero que a él se le antojara, decidió participar en un asunto de política internacional donde no sabía que había de tejer muy fino. En efecto, el presidente mexicano, Luis Echeverría Álvarez, realizaba un periplo por las antípodas cuando se enteró que un país, a punto de dividirse, estaba entrampado en una pugna que amenazaba con no resolverse nunca. Ni tardo ni perezoso dispuso que algunos de los miembros de su numerosa comitiva se trasladaran con premura al lugar de los acontecimientos, para que se pusieran en contacto con los grupos disidentes, con la orden terminante de arreglar el asunto ipso facto o antes, de ser posible.
Usted ya sabrá que no hubo avenencia si, en cambio, una sonora carcajada de las partes beligerantes, que sabían que su gresca era irreconciliable. En nuestros días, una reunión celebrada en Ecuador a la que asistieron como representantes de Colombia y México, los cancilleres Carolina Barco y Luis Ernesto Derbez, se le pidió a este último se prestara a facilitar que la guerrilla, FARC, negociara con el Gobierno de Colombia. Aceptó Derbez mientras exclamaba “pa’luego es tarde, qué estamos esperando”, quitándose la chaqueta y enrollándose las mangas de su primorosa camisa de seda.
Es del todo posible que la mediación siga el mismo camino que las pláticas delGobierno con su propia guerrilla. Entre los dos asuntos, el de la guerrilla de Colombia y lo que sucede en Chiapas, hay abismales diferencias, aunque tengan el mismo origen. En el asunto de allá, las acciones hostiles han ido muy lejos, los asesinatos, las bombas, la destrucción y los secuestros, con su secuela el sufrimiento de la población civil, han puesto de cabeza a los sucesivos gobiernos, faltándoles tan sólo declarar el estado de guerra. Acá la refriega ha sido más que nada literaria, con mensajes poéticos esporádicos, respaldada por organizaciones europeas. No obstante al Gobierno le tiemblan las corvas. Y no es que la guerrilla le quite el sueño, es que las penurias se agudizan. Al inicio, aquel primero de enero, hubo muertes a balazos por soldados que traían rifles de verdad, en un enfrentamiento con indígenas alzados que llevaban trebejos de madera, igual que escolapios jugando en el recreo. No se ha vuelto a dar un nuevo enfrentamiento.
Aquí se ha demostrado que carecemos de gente con la imparcialidad que un asunto de este jaez requiere. No hay gente con vocación conciliatoria dispuesta a ceder lo que haya que ceder. Estamos parados en un tremedal en el que la pobreza, igual que en Colombia, está provocando el rencor social. El egoísmo de las clases acomodadas es patente. Lo que es un verdadero dilema está ahí, que no se quiera ver es otro cantar. Entérese el lector que el primer lugar en secuestros, Colombia, propiciados por un evidente desajuste colectivo, le pide al segundo lugar en secuestros, México, donde existe el mismo problema social, que facilite con su participación el diálogo entre uno y otro de los contendientes. Podría asegurar, sin temor a equivocarme, que las gestiones no tendrán éxito mientras el Gobierno colombiano y el Gobierno mexicano se mantengan montados en sus machos de no aceptar que existe una injusticia cuya reparación es por demás urgente.