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De poemas y relatos/Addenda

Germán Froto y Madariaga

Quizá se haya escrito mucho. Pero poco se ha recopilado sobre las historias, anécdotas y sucedidos en la otrora portentosa Villa de Viesca, porque la mayoría de ellas pertenecen a la tradición oral.

Por eso me dio gusto saber que el Ayuntamiento de Torreón publicó los Poemas de Rosario Martínez Valdés y los Relatos de Familia, de su hermano Gregorio.

Lamenté no haber estado en la presentación del libro; pero como era de esperarse mi querida hermana Chacha me hizo llegar un ejemplar que amablemente me envió Goyito, como cariñosamente lo conocemos todos.

De paso, considero oportuno hacer un público reconocimiento al doctor Gregorio Martínez Valdés, por su gran calidad humana, encomiable solidaridad y esforzado empeño en el campo de las ciencias. De estas tres excepcionales cualidades podemos dar testimonio todos los que hemos tenido el privilegio de tratarlo.

Junto a Chayito, Gregorio añadió un laurel más a los muchos que ha conquistado a lo largo de su vida: ver publicado este libro, que como acertadamente afirma en el prólogo Francisco Emilio de los Ríos: “Es un libro sincero, ingenuo y reminiscente, como debe ser todo lo que surja como verdad del sentimiento”.

Es en efecto un libro de contenido sincero, porque está escrito con la espontaneidad que brota de la pluma de quien ve pasar la vida de su pueblo y no pretende otra cosa que describirla con apego a la verdad; esto es, a lo que ven sus ojos y reflejan sus sentimientos. Es ingenuo en la acepción de que no tiene dobleces, ni grandes pretensiones, de ahí que Chayito haga uso del verso libre para expresar lo que siente, sin preocuparse por las formas, la métrica o el estilo. Simplemente escribe al vuelo y deja que la mente torne al pasado en aras de su imaginación. De ahí también el calificativo de reminiscente, porque son sus recuerdos plasmados en una hoja de papel.

Dice Felipe Garrido en uno de sus textos: “Sólo lo que se nombra existe y ese es el oficio del Poeta: nombrar la creación”.

Chayito Martínez va nombrando “la creación” dentro de la cual le ha tocado vivir. Va recordando lugares, personajes, costumbres, fiestas y vivencias que son características de las viejas, añosas poblaciones de La Laguna y en este caso, de Viesca.

Pero al adentrarnos en sus poemas, revivimos nuestras propias experiencias. Los recuerdos retornan del pasado y se proyectas en nuevas historias que seguramente, con el tiempo, formarán parte del porvenir.

Ella cuenta lo que vivió, lo que vio, lo que sintió y soñó. Mas al hacerlo cuenta nuestras propias vivencias. Lo que nosotros vimos en Viesca durante muchos años. Nuestros sentimientos y los sueños que soñamos mientras crecíamos al lado de nuestros padres, hermanos, tíos y primos y desde luego lo que vivimos con mi abuela Chonita en aquella vieja casona de la calle Hidalgo, durante esos veranos y los fines de semana en que íbamos a visitarlos.

En alusión a mi abuela, Chayito dice en su poema “Las Casa de Viesca”: “...Y los viernes de Cuaresma / con Vía Crucis que rezaba / doña Chona Madariaga / pero al salir de la iglesia / hay qué gozar el festín: pipián y capirotada...”.

Doña María Concepción Ruiz Esparza de Madariaga (nombre completo de mi abuela Chonita) estaba muy ligada a la iglesia del pueblo, a grado tal que de su propio peculio le enviaba diariamente la comida al cura que se hacía cargo del templo de Santiago Apóstol. Por eso y por su espíritu solidario hacia los habitantes de Viesca, que muchos le reconocían, nadie se atrevía a disputarle el privilegio de ser ella quien dirigiera el Vía Crucis en un día tan sagrado como el viernes de Cuaresma.

Es precisamente esa solidaridad que caracteriza a la gente humilde de corazón, pero también escasa de recursos económicos, de la que nos habla Chayito en su poema “invierno”, cuando narra que al ser alcanzados por el viento helado en plena calle: “...Corríamos a refugiarnos en casa de la vecina y qué sabrosas estaban las tortillotas tostadas que Felícitas nos daba y el tecito de naranjo en una taza de peltre y ella, tan buena decía: ya vayan con su mamá a que les dé su lechita, porque ya no tengo más...”.

La pobre doña Felícitas les daba lo que tenía, pero no había para más y con mucha delicadeza los despachaba para su casa. Pero no les negaba algo de comer para apaciguar el hambre de aquellos niños que, como todos en su tiempo, deben haber andado siempre hambreados, como andábamos nosotros cuando deambulábamos por las calles del pueblo y nos metíamos en las casas cuyas puertas siempre estaban abiertas y sus moradores dispuestos a compartir lo que tuvieran.

En ocasiones, si no nos ponían un “hasta aquí”, podíamos acabar con lo que hubiera, pues entre el: “no me regala otra tortillita para acabarme mis frijolitos” y “no me regala más frijolitos para acabarme mi tortillita”, podíamos pasarnos horas dando cuenta puntual de lo que había para cenar en casa de los vecinos y conocidos, que en realidad todos lo eran.

Junto a los poemas de Chayito, están cinco Relatos de Familia, pulcramente narrados por Gregorio Martínez. En ellos, Goyo nos cuenta de su bisabuelo Pioquinto; su tía Teodora; de las confusiones de su tía Rosa; de su tío Juan, el escultor y de un simpático sucedido en la época posrevolucionaria, con un tal don Lucio.

Los cinco relatos son interesantes y graciosos, pero aquí, por razones de espacio, me concretaré sólo a uno de ellos, no sin recomendar la lectura completa de éste y de los cuatro restantes.

El bisabuelo de Goyo, Pioquinto, fue un hombre que anduvo metido en acciones bélicas. Ya luchando contra la gente de Máximo Campos y Toribio Regalado, ya pegándoles de tiros a los franceses. Pero la muerte del bisabuelo suscitó una disputa entre la hermana menor del difunto: Nacha y la mayor: Teodora, pues ambas reclamaban para sí el honor de velarlo en su casa.

La disputa se zanjó acordando que lo velarían un rato en la casa de cada una de ellas. Así, primero lo velaron case Nacha, la abuela de Goyo y luego case Teodora. En ese entendido, a la media noche del día en que murió, después de haberlo velado unas horas en casa de la primera, Teodora dijo: “Es mi turno, Nacha, me toca el velorio” y a falta de algo más adecuado medio sentaron el cadáver de don Pioquinto en una mecedora maciza y lo amarraron, echándole la cabeza para atrás del respaldo.

Nos cuenta Goyo que: “Dos vecinos se ofrecieron para cargar la mecedora fúnebre los 400 ó 500 metros entre una casa y otra. “Búiganle, búiganle, no sean maniaos”, les urgía mi tía Teodora quien iba por delante con un mechero de petróleo para alumbrar la oscura y encharcada noche. Por la tarde había llovido y ocasionales relámpagos rasgaban la noche”.

“Pero el cuerpo pesaba y los cargadores hicieron un alto en el camino. Al asentarla en el suelo, la mecedora se balanceó y la cabeza de mi bisabuelo se vino súbitamente hacia delante; su abierta boca de fuertes dientes se cerró violenta sobre el extendido brazo de uno de los cargadores que trataba de evitar el movimiento. Se oyó un sonoro ¡chac! y el grito de terror del hombre mordido”.

“Los cargadores se esfumaron espantados en la negrura de la noche y mi tía Teodora batalló para conseguir nuevos voluntarios entre el grupo que venía atrás para seguir el velorio”.

El libro de poemas: “Recuerdos del Agua Grande” y los “Relatos de Familia”, publicado dentro de la Colección Centenario, por el Ayuntamiento de Torreón, es un texto delicioso, ameno y reconfortante. Porque sin importar en dónde hayamos pasado nuestra vida, en él encontraremos trozos de recuerdos y escenas coincidentes de manera que su lectura resultará grata para todo aquel que se adentre en sus páginas.

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