Eran los tiempos de la Revolución. El general Alazadio Culdefér, comandante de un regimiento de caballería, llegó al pueblo con sus hombres después de varios meses de campaña. Los soldados venían lúbricos, rijosos por efecto de su larga abstinencia de carnalidad. Se sabe -aunque esto la Historia no lo dice- que algunos ya empezaban a ver con ojos tiernos a sus compañeros de vivac. Tan urgidos estaban los jinetes de trato con mujer que pidieron permiso al jefe de visitar a las daifas que hacían comercio con su cuerpo en la casa de lenocinio del lugar. Conocedor de la naturaleza humana otorgó su permiso el comandante, pero puso una condición. Dijo a sus hombres: "Somos del arma de caballería. Así, haremos esto al uso militar. El enemigo nos sigue muy de cerca; quizá tengan ustedes que suspender su erótico ejercicio en el momento menos esperado. Escoja cada uno a su pareja. Cuando yo ordene: `¡Monten!', hágalo cada uno. Y si mando: `¡Desmonten!', obedezcan y acudan de inmediato para seguir la marcha''. Así se hizo, en efecto. Formadas las parejitas, y ya cada una en su respectivo cuartucho, gritó el comandante Culdefér con imperiosa voz: "¡Monten!''. Todos los soldados atendieron la orden con desusada prontitud. Ni Napoleón fue nunca obedecido con tanta rapidez. Pero como dijo Alighieri: "Los vientos de la adversa fortuna tronchan en un instante la flor de la felicidad''. Cuando más entregados estaban los jinetes a su febricitante cabalgata sonaron voces de alarma en la atalaya de los centinelas. ¡Llegaba el enemigo! Con la velocidad del rayo ordenó Culdefer: "¡Desmonten!''. Como un solo hombre obedecieron todos. ¿Todos? Estoy faltando a la verdad. Uno de los jinetes, el cabo Devela, no hizo acto de presencia. A las volandas salió del pueblo Culdefér con sus jinetes. Hizo honor a su lema: "Si son muchos corremos. Si son pocos nos escondemos. Y si no es nadie ¡al ataque, mis valientes, que pa' morir nacimos!''. Horas después los alcanzó, jadeante, el cabo Devela. "¿Dónde andaba usted? -le pregunta furioso Culdefer-. ¿No oyó cuando ordené: `¡Desmonten!'?''. "Sí oí, mi comandante -responde el cabo, contrito-. Lo que sucede es que se me desbocó el caballo''... ¡Eres un bruto, cabo Devela, un zafio, un burdégano sin seso ni razón! En esos casos lo que se hace es taparle los ojos al animal. Privado de la vista, el noble bruto se ve obligado a detenerse. Al menos eso es lo que recomendaba lord Flattnuts, comandante de la Guardia Montada de la Reina, famoso jinete que se pasaba 16 horas diarias a caballo. La próxima vez sigue su recomendación: tápale los ojos a tu cabalgadura a fin de reducirla a la inmovilidad. Ahora bien. ¿A qué esta larga historia? Viene a cuento porque la sucesión presidencial se ha desbocado ya. Esto es indicio democrático, en efecto, pues antes la voz de arranque la daba el Presidente al mismo tiempo que daba la voz de haber llegado ya a la meta el triunfador. Ha desaparecido la práctica del dedazo con su odiosa secuela de cargadas: ?Desde el principio supe que tú serías el bueno. Si no te busqué antes fue para no perjudicarte?. Los tiempos han cambiado, y el Presidente Fox influirá en la designación de su sucesor tanto como yo. Y en un descuido yo influiré más que él. Pero las ambiciones se han desatado ?permitidme esa expresión original- con demasiada anticipación. De eso, ya se sabe, tiene la culpa el propio Fox, por su dejadez, por su renuncia al ejercicio del poder, por alentar la particular ambicion de su cogobernante. Antes no teníamos política; teníamos politiquería. Ahora ni siquiera eso tenemos. Queda sólo la grilla, es decir el manipuleo de las cosas con vistas únicamente a la sucesión presidencial. Pobre país, con tantos políticos y tan poca política... FIN.