En el Cielo le dice San Pedro al Señor: “Estoy desolado, Padre mío. Observo a los hombres y las mujeres de la Tierra y veo cómo se entregan a toda suerte de desórdenes sexuales. Hacen cosas que me escandalizan, y que no puedo describir por respeto a Tu majestad y porque esto va a salir en el periódico. Creo que debemos hacer algo”. “Tienes razón, Pedro –le dice el Señor-. Yo también, como tú, me he percatado de que muchas parejas realizan prácticas eróticas que yo ni siquiera imaginé. Son muy pocos los humanos que no incurren en esas excéntricas heterodoxias. Te diré lo que haremos: a los hombres y las mujeres que practican el sexo sólo en la forma establecida, sin apartarse de los lineamientos ortodoxos, les enviaré un reloj de oro con una inscripción de reconocimiento”. Ése fue el diálogo en el Cielo. Ahora bien: ¿saben mis cuatro lectores y lectoras qué dice esa inscripción? ¿No lo saben? ¡¡¡Qué!!! ¡¡¡¿No recibieron el reloj?!!!... El médico rural fue por la noche a la casa de un joven granjero a atender el primer parto de su esposa. Como no había ahí energía eléctrica el doctor usó para iluminarse una lámpara de baterías. “¡Ahí viene ya el niño!” -dice el galeno proyectando el haz de luz sobre la escena. Nació el bebé, pero en seguida empezó a asomar otra cabecita. “¡Ahí viene otro!” -dice el médico volviendo a echar la luz. Y no paró ahí la cosa: “¡Ahí viene el tercero!” -prorrumpe el doctor. Le dice el muchacho: “Oiga, ya apague esa desgraciada lamparita. Es la luz lo que los está atrayendo”... Le dice la señora a su marido: “-Cómo cambian los tiempos, Gerontino. Cuando nos casamos me amabas con el salvajismo de un hombre de la Edad de Piedra. Ahora parece que estás en la Edad de Gelatina”... Isaac Finkelstein marcó un número de teléfono. “¿Cómo estás, mamá?”. “Bien, hijo, muy bien; estupendamente bien”. Hace una pausa Isaac y luego dice: “Perdone. Número equivocado”... El novio se dirige a su prometida: “Mira, Susiflor: matrimonio y trabajo no se llevan bien, de modo que tendrás que aceptar mi condición: cuando nos casemos dejaré de trabajar”... Con tono escéptico le pregunta el médico a su paciente: “¿De veras ha reducido usted su consumo de bebidas alcohólicas, don Pedancio?”. “Así es, doctor, -tartajea el temulento-. Antes tomaba Four Roses, ahora bebo Tres Generaciones”... Don Algón explicaba su filosofía empresarial: “Mi política con los vendedores es diferente de la que sigo con las vendedoras. En el caso de ellos los despido si no tienen éxito en la primera semana. En el caso de ellas las despido si en la primera semana no tengo éxito yo”... Le cuenta una señora a otra: “Cuando me entra la depresión voy y me compro un vestido”. Le pregunta la otra: “Ése que traes ¿de cuál depresión es? ¿De la del 29?”... Ahora narraré una fábula. Áquel a quien no le gusten las fábulas deberá saltar en la lectura hasta donde dice FIN... Éste era un hombre que tenía seis hijos. Se pusieron difíciles los tiempos; el hombre quedó pobre y sin trabajo. Su mujer le dijo un día: “No tengo para dar de comer mañana a nuestros hijos”. “Veré qué hago” -dijo el hombre. Y esa noche mató al mayor de los muchachos. La situación siguió difícil, de modo que la siguiente semana el hombre mató al segundo hijo. Una semana después mató al tercero. Y así hasta que se quedó sin hijos. Su esposa lloraba noche y día. “¿Por qué hiciste eso?” -le preguntó. “No podía hacer otra cosa -respondió el hombre-. Tenía que hacer frente a la crisis económica”... Países hay que son como el personaje de la fábula. Para resolver los problemas de la economía aplican una política macroeconómica que condena a su gente al hambre, a la miseria. ¿Cuántos pobres más se necesitan en México para sostener nuestra macroeconomía? ... FIN.