Calamitosos tiempos estos que vivimos. Es agosto, mes en que todo mundo hace su agosto, y nosotros los mexicanos sufrimos "the winter of our discontent", el invierno de nuestra amargura, según frase de Shakespeare. Todo se va a pique frente a nuestras atónitas miradas, y no se ve una luz en la calígine del panorama público. Los políticos andan trenzados en dimes y diretes, y riñen entre sí por el poder cual lobos que se disputan la cacasa de un noble ciervo al que mataron. Suspendo unos momentos el discurso a fin de reponerme de la tremenda impresión que me causó este violento símil... Ya me repuse. Continúo... Todos hacen su contribución al caos general; unos con un motivo, con el suyo otros. Se ocupan éstos en atizar el fuego y aquéllos en arrimar a él su sardina. No hay una voz que se levante para pedir cordura en bien de la Nación, y que todos pongan su beneficio por encima de cualquier otro interés. El Gobierno parece desconcertado: se diría que los acontecimientos lo desbordan. Todo es desolación, y no faltan algunos que hagan sombríos vaticinios de catástrofe. Yo no soy de esos. Por todo México me llevan mis andanzas. Y no veo un almanaque de Jesús Helguera, no, ni un cromo nacionalista pintado por Herrán, pero tampoco miro visiones apocalípticas que anuncien el final. Los mexicanos comunes y corrientes trabajamos en la oficina, en la escuela, en el campo y la fábrica, en la tienda, en nuestra casa; y mientras los políticos se hacen garras nosotros hacemos zapatos, cosechamos maíz, enseñamos el abecedario, cuidamos a nuestros hijos y mantenemos en escena esa gran obra de teatro que es la vida, en la cual el telón no baja nunca. Los tiempos son difíciles, es cierto, pero otros aún más duros hemos conocido. Yo soy de la época en que a nuestros zapatos se les ponían medias suelas cuando a las primeras se les hacían agujeros, y en que las esposas daban vuelta a los cuellos y puños de las camisas de sus maridos cuando quedaban luídos por el uso. (Los cuellos y puños digo, no los maridos). No se trata de hacer un canto ingenuo de optimismo ni de pintar el paisaje de un futuro idílico que nunca posiblemente llegará. De lo que se trata es de no confundir la política con la realidad -son cosas bien distintas-; de no seguir a aquellos que dicen desde su egocentrismo: "Húndase México si con él se hunden también mis enemigos". Rechacemos a quienes anuncian, como en el cuento infantil, que el cielo va a caer. Fortalezcamos a aquellos que trabajan con honestidad. Seamos mejores ciudadanos, más activos en la tarea de hacer de este país una nación más democrática y más justa. Si tal hacemos definiremos nosotros mismos el modo de ser de la nación en vez de que otros lo definan... Esto último no lo entendí. Sería menester el genio del Estagirita o el Aquinatense para desentrañar la perorata que hoy nos endilgaste, columnista. Lo tuyo es narrar cuentos. Que por lo menos uno venga a atemperar el fárrago de tus pasadas líneas... Rosilí, muchacha soltera, comunicó en su casa que se hallaba en estado de buena esperanza, o sea embarazada. "¡Cómo!? -exclama su mamá llena de consternación. Interviene el papá de Rosilí. "No hagamos preguntas tontas -dice-. Ya sabemos cómo. Lo que nos interesa saber es con quién"... FIN.