Empieza la columneja de hoy con una adivinanza. Cuando la oyó doña Tebaida Tridua, presidenta de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, dijo estas palabras: “Me precio de ser una mujer moderna, pero con esa chocarrería sentí que se me aflojaba el corsé”. He aquí la adivinanza: Nelson Ned lo tiene muy chiquito; Arnold Schwarzenegger lo tiene muy grande; los Papas lo tienen, pero no lo usan; y el de Clinton anduvo en todas las bocas. ¿Qué es? El apellido... “Me acuso, padre -confiesa el penitente- de que deseo a la mujer de mi prójimo”. Pregunta el confesor: “¿Y pones en obra tus deseos?”. “No, padre -responde el individuo-. Me limito a desear a las mujeres con el pensamiento”. “Pues eres un indejo -le espeta el señor cura-. La penitencia es la misma”... Un individuo entró en el café. Se le veía desgreñado y con las ropas en desorden. “Vengo de enterrar a mi suegra” –informa con voz grave. Le dice uno de los presentes: “Ahora entendemos por qué llegas así, revuelta la cabellera y todo descompuesto”. Explica el hombre: “Sí. La vieja no se dejaba enterrar”... Llorosa, atribulada, compungida Dulcilí le dice a su mamá: “¿Recuerdas, mami, que mi papá y tú me explicaron todo eso de las florecitas y las abejitas?”. “Sí -responde la señora-. Lo recuerdo muy bien”. Dulcilí rompe a llorar: “¡Pues la abejita ya me picó!”... Supongamos por un momento -o dos, en caso necesario- que tuviera yo facultades para modificar los reglamentos interiores de las dos Cámaras, la de Senadores y la de Diputados. ¿Qué pondría yo en esos ordenamientos? Añadiría un artículo que obligara a todos los legisladores a asistir cada lunes a la ceremonia de honores a la bandera en una escuela primaria o secundaria. Muchas evidencias me llevan a pensar que esos señores piensan en todo cuando actúan -en sí mismos, en su partido, en todo- menos en México. Una vez por semana deberían oír el Himno Nacional entonado por voces infantiles, y la recitación de algún poema en que se hable de la patria y de sus héroes, y mirar a los niños o niñas de la escolta cuando llevan la bandera con reverencia y ufanía. Anticuados parecerán a algunos estos sentimientos, como de “Corazón, Diario de un Niño”, pero en verdad muchos de los males que sufrimos provienen de que no amamos a nuestro país ni alentamos el legítimo orgullo que deberíamos sentir al llamarnos mexicanos. ¿Piensan acaso en México nuestros representantes cuando andan en sus conciliábulos de camarilla; en sus sinuosas transas; en sus cópulas de cúpula? Mucho temo que no. De mí sé decir que cada vez que enciendo mi computadora para escribir pienso en mi Patria y en el recibo de la luz. Una vez por semana, o al menos al empezar los períodos de sesiones, hagan nuestros representantes lo que digo: vayan a una escuela -algunos de ellos lo harán por primera vez, pero no importa- y vean la ceremonia de la bandera. Así quizá recordarán que son mexicanos antes que ser priistas, perredistas o panistas... Cierto mexicano tenía un amigo estadounidense que no hablaba inglés, pues era texano, y que todavía no aprendía bien el español. Le pide el mexicano a su esposa: “Vieja, trae unos cascos para ir a comprar refrescos”. Muy preocupado le dice el texano: “Yo ofrecerme a traerlos, pero seguramente esos cascos no ser muy pesados. Todo mundo decirme que su mujer de usted ser de cascos ligeros”... A aquella muchacha le decían “Las diez para las dos”. En esa posición tenía las piernas casi siempre... FIN.