Bilbilito era hijo póstumo. Nació cuatro años después de la muerte de su padre. Doña Liberia, la mamá, contaba que cierta noche se le apareció en sueños su difunto esposo e hizo en ella obra de varón. Fruto de esa eficaz visitación fue Bilbilito. El niño era la viva imagen de un cierto compadre del finado. El difuntito, decía doña Liberia, había sentido por su amigo una dilección muy especial, lo cual explicaba el parecido. Una vez Bilbilito le preguntó a su madre: "Oiga, 'amá: ¿por qué me parezco tanto a don Ranulfo?". "Tolondrones para los preguntones" -respondió doña Liberia. En verdad no cuadraba esa contestación. La frase que la señora empleó se usa cuando una persona mayor lleva en las manos un envoltorio o bolsa y un niño le pregunta: "¿Qué traes ahí?". Entonces sí encaja la respuesta: "Tolondrones para los preguntones". En este caso, sin embargo, lo que dijo doña Liberia era salirse por peteneras, o sea evadir la cuestión, decir algo que no venía a cuento. Hagan ustedes de cuenta el método Ollendorf para aprender idiomas. En él se busca dar al educando un vocabulario amplio y variado. El maestro pregunta, verbi gratia: "¿Quién tiene el paraguas del caballero y los guantes del mayordomo?". Y el alumno debe responder algo así como: "La tía de la mucama tomó las botas del pescador y la valija del cochero". Bilbilito ya no preguntó más, pero cuando llegó a la edad de la razón -42 años en su caso- quiso saber su verdadero origen, y otra vez interrogó a su madre. "Todos venimos de Adán" -contestó ella. Verdad impepinable es esa, al menos para el que acepta la narración del Génesis. Pero no satisifizo a Bilbilito. Esperó un tiempo razonable -otros 20 años- y cuando la señora estaba ya en el lecho de su última agonía le preguntó de nuevo, ahora en términos más perentorios y precisos: "Dígame, 'amá, por vida suya: ¿quién es mi padre?". "Cómo eres terco, hijo -respondió ella. Y para no tener que contestar recurrió a un ingenioso expediente: se murió. Así, Bilbilito debió seguir viviendo siempre con la duda. Todo esto viene a colación porque los mexicanos hemos vivido siempre con la duda. La historia nacional, por ejemplo, ha sido un tejido de ficciones, ocultamientos y deformaciones cuyo hilo de verdad sólo se puede hallar interpretando las cosas en sentido contrario al que se dicen. Durante siete décadas la verdad también estuvo ausente de nuestra vida pública. En ella todo era simulación, mentira. El sistema se caía para que no se cayera el sistema. Hemos cambiado, por fortuna. Antes éramos un Juan cualquiera; ahora somos Juan Ciudadano, ese diligente, acucioso y estricto personaje que demanda transparencia en los hechos y dichos de quienes tienen cargos de autoridad o representación. ¡Cuánto bien está haciendo a la República ese Juan que no se conforma ya con cuentos y exige ahora cuentas! Ahora el gobernante, el funcionario, el representante popular están sometidos al escrutinio público; no son impunes ya como antes, ni están por encima de la ley. Eso tan sólo basta para justificar el cambio que hubo en México, pese a todos los yerros y omisiones que hemos visto. Más transparencia implica más verdad, y más verdad implica libertad mayor... Popancha, joven mujer de grupa generosa, llegó a la oficina luciendo una brevísima faldita. Explica: "Es de verano". Comenta uno de sus compañeros: "Y se ve, se ve". (No le entendí)... El señor y su esposa iban por un oscuro callejón cuando les salió al paso un asaltante. Le demanda el individuo al señor al tiempo que le apuntaba con una pistola: "Deme todo el dinero que traiga, o violaré a su mujer". Dice el señor: "No traigo ni un centavo". Añade la señora: "Y a mí me duele la cabeza"... FIN.