A estas alturas de la Olimpíada mi mayor deseo ahora es que no se ahogue ninguno de nuestros nadadores... Con la sirena ululando llegó a toda velocidad una patrulla policiaca al domicilio de Solicia Sinpitier, madura señorita soltera. Por la ventana del segundo piso asoma ella y pide a los patrulleros: "Háganme el favor de retirarse". Dice uno de los agentes: "¿No es usted la persona que llamó para avisar que un hombre había entrado en su casa y la estaba forzando sexualmente?". "Sí soy -contesta la señorita Sinpitier-. Pero puede una cambiar de opinión ¿no?"... En la oficina el señor le contó a un compañero: "Mi esposa me dejó para irse con mi mejor amigo". "¿Quién es él?" -pregunta el compañero. Responde el señor: "No lo conozco"... Virginalia, candorosa doncella que vivía en Transilvania, la tierra de los vampiros, le dijo a su mamá que Drácula había estado en su alcoba la noche anterior. "¡Oh espíritus del aire! -exclamó la señora, cuyas interjecciones provenían de las óperas de Wagner-. Y ¿qué te hizo?". La ingenua muchacha describió en detalle lo que el nocturno visitante le había hecho. Concluida la narración dictamina la señora: "No era Drácula"... Una monjita iba pasando frente a la casa de mala nota del pueblo. Tropezó al caminar y vino al suelo. Salió de la casa una de las muchachas que ahí prestaban sus servicios -y todo lo demás- y fue con premura hacia la madrecita. La ayudó a levantarse, le arregló los descompuestos hábitos y luego le trajo un vaso de agua con azúcar a fin de que se le pasara el susto. "Gracias, hija -le dice la monjita-. Dios te lo pague dándote un rinconcito fresco y bonito en el infierno"... Se casó Meñico Maldotado, joven escaso de atributos. En la noche de bodas su novia lo ve por primera vez al natural y exclama con gran desilusión: "¡Oh! ¡Tus pies se veían tan grandes!". (No le entendí)... Pipo Lanarts, crítico de espectáculos, es un espíritu conciliador, ecléctico. En todo busca esa aurea mediocritas tan cara a los antiguos. Aclaremos: la expresión aurea mediocritas no significa "mediocridad dorada", según trasvasan algunos despistados: más bien alude a ese deseable punto medio que en toda cuestión impide llegar a insanos extremismos. Ha sabido Lanarts que en la ciudad de Guanajuato hay gran polémica -por no decir escándalo- con motivo del cartel que anuncia el próximo Festival Cervantino. Muestra ese póster el torso desnudo de un mancebo -palabra cervantina- afeitado y peinado al uso de los jóvenes de hoy. Presenta un tatuaje ese muchacho, y lleva aretes en orejas, nariz y labio, toda una ferretería que de seguro haría que el portador se hundiera irremisiblemente si cayera en alguna agua profunda, o fuera atraído con violencia por un imán si pasara cerca de él. También luce ese mozo una gola al estilo del tiempo de Cervantes, y tiene en la mano una rosada pluma de ave. Todo eso, según oyó Pipo Lanarts, ha suscitado el enojo de alguna gente en Guanajuato. Casi no se mira el cartel en la ciudad, pues quienes pueden exhibirlo no han querido hacerlo, y otros se han ocupado en quitarlo de los lugares públicos. Se quejan unos de que el cartel consagra precisamente a aquellos que han dado mala fama al festival, los jóvenes llamados "mochileros" que acuden a Guanajuato -señalan los quejosos- no a participar en sus eventos culturales, sino a cometer toda suerte de desmanes en la hermosa ciudad. A Pipo, sin embargo, le gustó el cartel. Piensa que está acorde con nuestra época: en la de Cervantes había también trapaceros, sopistas y pícaros que agitaban con sus garrulerías. Quizá sirva el cartel para atraer a los muchachos al verdadero espíritu del Festival: se verán reconocidos por él; se reconocerán ellos mismos en el póster. Un festival de nuestro tiempo debe hablar el lenguaje de nuestro tiempo. A tal espíritu corresponde ese cartel, por lo demás una excelente obra de diseño... FIN.
