Iba Caperucita Roja por el bosque, con su canastita bajo el brazo, a llevarle la comida a su abuelita. Le sale al paso el Lobo Feroz. "¡Grrr! –le dice-. ¡Te voy a comer!". "-Comer, comer -repite Caperucita con desdén-. Casi dos siglos tiene el cuento y a nadie se le ha ocurrido hacerle una variante"... Empédocles Etílez, el borrachín del pueblo, llegó a su casa con una pítima de órdago, igual que siempre "¿Dónde andabas, cabrísimo grandón? -le pregunta su mujer con ignívomo acento furibundo-. ¡Por tu culpa no he dormido en toda la noche!". "¿Y a poco yo sí he dormido?" -pregunta con infinito cinismo el temulento... Don Feblicio le dijo a su señora que se proponía donar sus órganos a la ciencia. "Dona el cerebro y la ésta" -sugiere ella. "¿Por qué el cerebro y la ésta?" -inquiere don Feblilio. Responde la señora: "Es lo que menos usas"... El niño le pregunta a su abuelito: "Abuelo: ¿conociste a Pancho Villa?". "¿Que si conocí a Pancho Villa? -responde el veterano-. ¡Claro que lo conocí! Una vez hasta comí con él". "¿De veras?" -exclama el niño lleno de admiración. "Claro que sí -confirma el abuelito-. Te voy a contar cómo sucedió. Empezaba Villa su carrera de bandido, allá en Durango. Cierto día yo iba en mi caballo por un camino viejo cuando me salió Pancho, que estaba escondido atrás de un árbol. Me apuntó con sus dos pistolas y me ordenó que le entregara todo mi dinero. Se lo di. En ese momento a su caballo se le ocurrió hacer una gracia mayor, y Pancho, por divertirse, me mandó que probara el sabor de aquello. ¿Qué podía yo hacer, hijito? Era él quien tenía las pistolas. Obedecí sin chistar. Pero entonces mi fiel caballo pateó a Pancho. Sus pistolas volaron por el aire y yo las agarré. Le apunté y le ordené que me devolviera mi dinero. Me lo devolvió. Luego lo hice que probara de lo mismo que había probado yo. ¿Y todavía me preguntas que si conocí a Pancho Villa? ¿No te digo que hasta comimos juntos?"... Un individuo con traza de grosero bebía en el lobby bar del elegante hotel. Unas mesas más allá estaba una mujer poco agraciada. Llama el sujeto al mesero y le dice: "Ve con aquella mujer de cara de lavativa y pregúntale si quiere tomar algo". "Señor -replica muy digno el mesero-. Aquí no permitimos expresiones como la que usted acaba de usar". "¿Cuál expresión?" -se amosca el individuo. Responde el mesero: "Esa de ‘vieja cara de lavativa’ que empleó usted para referirse a aquella dama". El tipo reitera su orden: "Tú ve y dile que si quiere tomar algo". Va, en efecto, el mesero y le pregunta a la mujer si quería tomar algo. "Sí -responde ella-. Tráigame un poco de agua tibia"... Un gusanito vio a su lado algo que atrajo su atención. "Hola, linda" -dice con tono sugestivo. "¡Linda mádere, indejo! -le responde una vocecita-. Soy tu otro extremo"... Avaricio Cenaoscuras era el tipo más cicatero del condado. Un día invitó a una muchacha a cenar. Al terminar la cena le dice: "¿Qué te parece si nos jugamos la cuenta a unas vencidas?"... La escena era por demás interesante: la bella protagonista de la película empezaba a quitarse la ropa. En el momento en que se iba a despojar de la prenda que cubría su doble atractivo pectoral pasaba un tren y ya no se podía ver nada. Babalucas se disgustaba mucho. "¡Carajo" -decía muy enojado-. Ya van seis veces que vengo a ver esta película, ¡y siempre en el momento más interesante pasa ese maldito tren!"... Los caníbales tenían ya en el caldero al hombre blanco a quien se iban a comer. Le dice el cocinero al infeliz: “Dese la vuelta por favor, señor, e inclínese un poquito. Las verduras no son para el caldo; son para el relleno”... FIN.