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De política y cosas peores

CATÓN

"Sólo el cambio es eterno", dijo Heráclito. No voy a rebatir el parecer de pensador tan supereminente; sólo me arriesgaré a proponer una excepción: doña Tebaida Tridua, Presidenta ad vitam Interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías. Esta señora, censora de la pública moral, no cambia nunca. Primero se mudará de sitio el Peñón de Gibraltar que ella varíe su modo de pensar. He aquí que doña Tebaida volvió a negar su autorización para que en este espacio vea la luz pública mi cuento "El Hombre en el Río de Hielo". Acepto que el tal relato es de goliardos, propio de gentualla de trueno, descomedida y zafia. Pero ¿no hay libertad acaso para dar voz incluso a tales picardías? La Revolución Francesa ¿se hizo en vano? Lamento la intransigencia de aquella ilustre dama, pero su parecer no puede poner coto al pensamiento, o a la falta de él. Así pues, lean mis cuatro lectores aquí mismo, el próximo viernes, ese desaforado chascarrillo: "El Hombre en el Río de Hielo"... ¿"Por la Legalidad y por la Democracia"? No. La manifestación organizada por López Obrador fue solamente pro López Obrador. La usó de nuevo arrancadero para impulsar su aspiración política. Presentó -ya desde ahora- un Plan de Gobierno, inane documento formado con ambigüedades -"Promover una política exterior mesurada"-, cautelosas trivialidades -"Fundamentar la relación con Estados Unidos en el respeto mutuo"-, pronunciamientos tan declamatorios como huecos -"Recuperar lo mejor de la historia de México"-, banalidades de cajón -"Fomentar la cultura"- y peligrosos ofrecimientos demagógicos -"Elevar a rango de ley la pensión universal"-. Acierta el Jefe de Gobierno del DF, sin embargo, cuando dice: "... Lo más importante es luchar por un cambio verdadero que nos permita alcanzar una sociedad mejor con menos desigualdad social y más justicia y dignidad...". Eso es verdad de peso. Tal objetivo, sin embargo, no habrá de conseguirse por medio de la confrontación, reviviendo doctrinas como esa de la lucha de clases, tan obsoletas que huelen ya a hedentina, ni sacando del olvido ideologías y corrientes que en todo el mundo están ya superadas, ni agitando ante la sociedad el fantasmón de la revuelta social como castigo si al Gran Caudillo se le aplica la ley como a cualquier otro ciudadano. Urge, es verdad, una transformación profunda del país que atienda las demandas, improrrogables ya, de los mexicanos pobres. Esa tarea, sin embargo, nos corresponde a todos, no a un Jefe Supremo, ni a un partido solo, ni a grupos que fueron rebasados por los cambios habidos en el mundo y que vuelven, 40 años después, por la revancha. El discurso de López Obrador es excluyente, y por lo tanto antidemocrático. Divide en vez de unir. No convoca a toda la sociedad: llama a una parte de ella a luchar contra la otra. Fomenta la discordia en vez de llamar a la reconciliación como base para el establecimiento de un verdadero espíritu democrático -no lo hay ahora en el País- que incluya la práctica del pluralismo, el diálogo y la tolerancia. Ese anhelo de justicia no puede conseguirse en la ilegalidad ni haciendo a un lado las instituciones para suplirlas por un caudillismo populista. Cuando López Obrador, en forma elemental, tendenciosa y maniquea, divide a los mexicanos en ricos y pobres, y culpa a aquéllos de todos los males que éstos sufren, está fomentando sentimientos peligrosos que pueden causar daños muy grandes al País. No sé si estemos fatalmente condenados a tener como Presidente a López Obrador. Si sé que hay muchos mexicanos, dentro de su partido y fuera de él, que tienen mejores cualidades que él para hacer un gobierno alejado de todo personalismo autoritario, un gobierno que una a la Nación en vez de dividirla... FIN.

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