Un flamante diputado federal daba sus datos a un funcionario de la Oficialía Mayor para la formación de su expediente. Después de anotar los datos generales del orgulloso y engreído solón, el encargado le pregunta: "¿Años de escolaridad?". Contesta el tipo: "Nueve". "Ya veo -dice el otro-. Seis de primaria y tres de secundaria". "No -precisa el diputado-. Cinco años en primero y cuatro en segundo"... En ese mismo caso, me supongo, deben estar algunos de nuestros representantes populares, a juzgar por su comportamiento en el acto del Informe. No podrían brillar en sociedad esos señores y señoras. Mascaban chicle como mamíferos rumiantes, bostezaban lo mismo que hipopótamos, se repantigaban en sus asientos cual si estuvieran en la sala de su casa viendo la tele con un six-pack al lado. Por supuesto no esperamos que cada uno de ellos sea un Beau Brummel o una señora Vanderbilt, pero tampoco nos gusta que actúen como si se encontraran en una pulquería. No debemos seguir sufriendo a esos parasitarios entes que nada bueno aportan a cambio de todo lo que sacan del presupuesto nacional. Hay demasiados diputados, y en general su calidad es menos que mediana. Desde luego no hablo de todos: muchos hay con talento, sentido de responsabilidad y preocupación por el bien común. Pero la cantidad de diputados se ha incrementado viciosamente, y no hay ninguna forma de asegurar su calidad. Sería bueno reducir su número y someterlos al examen periódico de la reelección, de tal manera que sean verdaderos representantes populares, servidores del interés de quienes los eligieron y no del partido que les otorgó su patente para poder llegar ahí. Necesitamos verdaderos diputados, no porros ni agitadores de plazuela. Cosa igual puede decirse del Senado en cuanto a su formación actual. Las concesiones que hubieron de hacerse a los partidos obligaron a vulnerar la Constitución y a desvirtuar la esencia del Senado. También la representación senatorial debe ser objeto de reforma para restituirle su espíritu original... Llegó un individuo a una cantina y tomó asiento en la barra, frente al cantinero. Como iba solo quiso entablar conversación con él. Le dice: "¿Qué le pareció el Informe del Presidente Fox, amigo?". "Perdone -responde el tabernero-. En mi cantina no se puede hablar de política". "¿Por qué?" -se extraña el otro. "Mire usted -responde el otro-. Aquí viene gente del PRI, del PAN, del PRD. Antes se ponían a discutir, y a veces llegaban a las manos. Para evitar esas violencias opté por prohibir que aquí se hable de política". "Ya veo -dice el cliente-. Bueno: ¿cómo ha visto al América?". "¡No! -lo detiene el cantinero-. Tampoco de deportes se puede hablar aquí". "¿Cómo es eso?" -se molesta el visitante. "Usted entenderá -replica el hombre-. Aquí vienen partidarios del América, de los Tigres, del Atlas... También entre ellos había pleitos, de modo que pensé que era mejor que aquí no se hablara de deportes". "Está bien -se resigna el cliente-. Y ¿cómo andará la salud del Papa?". "¡Por favor! -se sobresalta el tabernero-. Tampoco se puede hablar de religión en mi cantina. Verá usted: aquí vienen católicos, judíos, protestantes... No quiero que vaya a haber problemas religiosos". "Oiga -pregunta el individuo ya amoscado-. Y de mujeres ¿se puede hablar aquí?". "¡Ah! -responde el cantinero con una gran sonrisa poniéndose de codos sobre la barra como dispuesto a iniciar una conversación sabrosa-. Claro que de mujeres sí se puede hablar". "Muy bien -dice el sujeto-. Entonces vaya usted a tiznar a su madre"... FIN.