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De Política y Cosas Peores

Catón

Empieza hoy esta columnejilla con un breve relato cuyo sentido no entendí... El inspector escolar examinaba a los niños del grupo de Pepito. Era un pedante el inspector, uno de esos inflados dómines pagados de sí mismos, elatos, vanidosos. Se dirigía de usted a los chiquillos y les hablaba en modo escueto, telegráfico, como si hubiese de pagar cada palabra. Va hacia Pepito y le dice: "Póngase en pie". Pepito se levanta. "Pase a la pizarra". Pepito pasa al pizarrón. "Tome una tiza". Pepito coge un gis. "Anote", Y Pepito dibuja un círculo grandote... Ése es el dicho cuento. No le entendí. Lo que sí se me alcanza es la curiosa paradoja consistente en que los mexicanos usamos la palabra "gis", que viene del latín gypsum, yeso, mientras nuestros hermanos españoles emplean la voz "tiza", proveniente del nahua tizatl, tierra blanca. He aquí una de las mil y mil lindas maravillas encubiertas en esos objetos tan cotidianos que ni siquiera sabemos que son maravillosos: las palabras... Simpliciano, mozo de escasas luces, casó con Balena, muchacha tremendamente gorda, tan gorda que el día de las nupcias hubo necesidad de abrir de par en par la puerta del templo parroquial para Balena y que pudiera entrar en él. (Las dos hojas del gran portón sólo se abrían el 20 de julio, día de la patrona del lugar, Santa Liberata. Esa santa es portuguesa. Joven de extremada hermosura, su padre la prometió en matrimonio a un rico noble. Ella, que había hecho voto de virginidad perpetua, oró con fervor intenso para pedir a Dios un milagro que la librara de ese matrimonio, para ella tan odioso. El día de sus bodas Liberata amaneció con el rostro cubierto por una vellida barba que le llegaba al pecho. Su padre, así burlado, la hizo crucificar. En los íconos que la representan aparece Librada en la cruz, desnuda, pero cubierta su desnudez por aquella luenga barba. Mas me he alejado de mi narración. Regreso a ella). Casó, pues, Simpliciano con Balena. Unos meses después de la boda el padre Arsilio, que había oficiado la misa nupcial, encontró a Simpliciano por la calle. "¿Qué tal el matrimonio, hijo? -le pregunta-. ¿Cómo lo has encontrado?". "El matrimonio bien, padre -contesta el corto muchacho-. Y por lo que hace a su segunda pregunta, batallando, pero lo he encontrado"... Estados Unidos es la nación del miedo. Yo admiro a ese país que tantas cosas buenas ha dado a nuestro mundo y cuyo pueblo -lo conocí de cerca el tiempo que estudié y viví en "el otro lado"- está formado en su inmensa mayoría por gente buena y afectuosa. Pero los gobernantes norteamericanos, movidos por los intereses de colosales empresas sin conciencia, han buscado imponer una dominación universal, y eso ha provocado graves conflictos y suscitado grandes odios. ¿Por qué yo no he buscado nunca implantar una dominación universal? Porque no me gusta provocar graves conflictos ni suscitar grandes odios. El terrorismo ha señalado a ese país como su blanco principal, de ahí que los estadounidenses no puedan ya vivir en paz. Un nuevo Lincoln haría falta para implantar en la nación americana los valores del amor a la paz, del respeto al derecho de los otros, del acatamiento a un orden internacional. Lo más opuesto a esos conceptos es un hombre como George W. Bush. Y sin embargo el miedo que ahora reina en el país del norte puede hacer que sus conciudadanos lo reelijan. ¡Brrrr!... Un argentino llega a una farmacia y pide cuatro docenas de condones. El encargado cuenta los que tenía disponibles y dice luego al porteño: "Le completo nada más tres docenas y media". Replica irritado el argentino: "Me vas a echar a perder el fin de semana, che pibe; pero en fin, dámelos"... FIN.

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