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De Política y Cosas Peores

Armando Camorra

Hace unos días el subsecretario de Planeación de la SEP, ingeniero José María Fraustro Siller, saltillense como yo, dijo estas palabras, o parecidas, ante maestros y alumnos de la Universidad Autónoma de Coahuila: "... A todas partes a donde voy la gente me habla de Catón como periodista, como filósofo de lo cotidiano, crítico de la vida política de nuestro país, humorista, maestro, hombre de la radio y la televisión, humanista, poeta y autor de canciones, conferencista... Me preguntan: ‘¿Qué es en definitiva Catón?’. Y yo les digo: es todo eso, y más. Pero es, ante todo, un universitario...". Me gustó esa opinión de mi paisano porque es cierta. En efecto, mi vida ha sido en gran parte vida de universidad. Hay quienes dicen que se hicieron a sí mismos. Son, como dicen los norteamericanos, self-made men. Y se les agradece, pues a nadie le echan la culpa de lo que son. En mi caso lo malo que tengo es obra mía, y lo bueno es fruto de lo que en mí pusieron mis padres y maestros. Cursé estudios en la Universidad -naciente todavía- de mi solar, Coahuila, y luego pasé por las aulas de la UNAM. Ahí tomé clases en las facultades de Derecho y de Filosofía y Letras. Ya licenciado profesé cátedra en el centenario Ateneo Fuente de mi ciudad, Saltillo, plantel glorioso del que llegué a ser director, lo mismo que en la Escuela de Leyes y en la de Ciencias de la Comunicación, institución de la cual soy fundador y que pronto habrá de cumplir 25 años. Después la Universidad Autónoma de Nuevo León me nombró Maestro Huésped, y en 1992 me otorgó el título de Profesor Emérito. Tengo con la UANL una deuda que ni siquiera intentaría pagar, así son de mayores los dones que de ella he recibido. Estoy vinculado a esa prestigiosa institución desde los tiempos de don José Alvarado: rompí lanzas por él -columnista muy jovencito yo- en los aciagos tiempos en que fue acosado hasta el punto de la desesperación. Ese gran mexicano correspondió a mi desmañado gesto poniendo un hermoso prólogo al segundo de mis libros. En años inolvidables dicté cursos en la universidad nuevoleonesa sobre literatura e historia mexicanas. Tantos alumnos se inscribieron en ellos que hubo necesidad de asignarme, como salón de clases, el Aula Magna de la Universidad, en el añoso recinto del Colegio Civil regiomontano. Pues bien: he aquí que la Universidad Autónoma de Nuevo León me entrega hoy su máxima distinción: el doctorado Honoris Causa. No merezco ese tan alto honor, pero por eso mismo lo recibiré con gratitud. Jamás aquel esmirriado adolescente que fui yo, famélico lector, ajedrecista desvelado, insaciable oidor de música y permanente portador de dudas imaginó que alguna vez sería distinguido en modo tal. Siento el azoro y confusión que sintió el profesor de la película "Mentes brillantes" cuando sus colegas le entregaron sus plumas en prenda de solidaridad. Va mi agradecimiento al Honorable Consejo Universitario de la UANL; a la Junta de Gobierno de la institución; a su Rector, el ingeniero José Antonio González Treviño, y a todos los universitarios nuevoleoneses, entre ellos el doctor Reyes Tamez Guerra, actual secretario de Educación Pública, y el doctor Luis Galán Wong, anterior rector de la Universidad, que me han otorgado además el don de su amistad. Habré de esforzarme en justificar con hechos futuros la generosidad de los maestros y estudiantes de la Universidad Autónoma de Nuevo León, ya que con pasadas acciones no puedo ameritarla. Gracias, otra vez. Y permítanme ustedes -adorador reverente del Misterio, como soy- dar gracias a Dios por este nuevo don de vida, y dar gracias a la vida por este nuevo don de Dios... FIN.

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