Los mexicanos de hoy debemos dar también un grito de independencia. ¿Contra quién? Contra los partidos políticos, que tienen secuestrada nuestra libertad política. Violadores de la Constitución, usurpadores de la voluntad de los ciudadanos, pesada carga económica para los contribuyentes, clanes que han desvirtuado la representación popular y nacional, esos partidos -todos por igual, pues todos en ese punto son iguales- se han apoderado de la vida política de México y la detentan en su beneficio como si fuera su propiedad particular. Antes vivíamos bajo una dictadura presidencial; ahora sufrimos la dominación de una dictadura partidista. Ésta es peor que la otra, pues al menos la anterior tenía la eficiencia de las autocracias, mientras este absolutismo de partidos muestra todas las fallas y la incompetencia de la politiquería anárquica. Ningún partido ya se rige por normas de ética política. Todos son ciegos a cualquier principio que no sea el burdo pragmatismo de la ganancia y el mantenimiento del poder. Riñen entre sí en las elecciones, pero tienen alianza permanente para defender sus privilegios. La legislación electoral llama "prerrogativas" a esos gajes. Y está bien usada la palabra, pues prerrogativa significa "Privilegio, gracia, o exención que se concede a alguien para que goce de ello". Ahora bien: ¿quién concedió a los partidos políticos de México las canonjías de que gozan? Ellos mismos se las concedieron. A través de sus legisladores han formado un tejido de leyes que los favorecen hasta el extremo de la indignidad. Se declararon a sí mismos asociaciones de interés público, y de ahí derivaron toda suerte de prebendas. Poseen el monopolio de la actividad política: ningún ciudadano puede aspirar a un cargo de autoridad o representación sino a través de un partido. Eso atenta contra las garantías individuales, y viola por tanto la Constitución. Para dar chamba a su afiliados los partidos han creado una diputación desmesurada en número, y a ese mal se añade el de la mentirosa representación de mayorías, proporcional o plurinominal, por la cual gente que ni siquiera pasó por el trámite de una elección adquiere el carácter de representante popular. Esto se hizo en tiempos del prigobierno para taparle el ojo al macho de la falta de democracia, pero se sigue conservando como si fuera un hecho de la naturaleza. También la representación senatorial ha sido vulnerada en beneficio de los partidos; el Senado de la República está totalmente desvirtuado; se le ha despojado de su sentido original. Todas estas inmoralidades se podrían remediar, al menos parcialmente, con algunas medidas que atemperaran la indebida hegemonía de los partidos: habría que disminuir sus suculentas percepciones; admitir las candidaturas independientes; eliminar a los partidos migajeros, verdaderos negocios familiares o particulares; reducir el número de diputados y senadores; hacer que todos sean electos, y someterlos a la prueba de la reelección... Pero si fue difícil acabar con el vicioso monopolio del PRI será casi imposible, al menos por ahora, acabar con el monopolio -más vicioso aún- de los partidos, pues ellos mismos tendrían que renunciar a los privilegios que se han allegado. Pensar que tal cosa pueda suceder es utopía. Pero mientras siga existiendo esa inmoral partidocracia no habrá en México democracia verdadera. Los partidos políticos han secuestrado nuestra libertad política. Frente a ellos debemos dar otro grito de independencia... FIN.