Al final de esta columna viene un cuento reprobable tanto a la luz de la moral como de las buenas maneras. Su publicación es una prueba más de eso que desde hace algún tiempo se ha venido mencionando: la decadencia de Occidente... Mis cuatro lectores conocen bien a Ianni Tzingas, hombre que gusta de amonestar a los personajes públicos. Les envía misivas reprensoras en que afea algún hecho criticable, alguna actitud merecedora de reconvención, alguna palabra inoportuna. No esgrime Ianni la palmeta del dómine, ni menos aún el látigo del cómitre. Su instrumento es la escritura. "Epistula enim non erubescit". La carta no se ruboriza, dijo acertadamente Cicerón, colega a quien tanto admiro por su lucidez. En esta ocasión Ianni Tzingas dirige su carta al personaje más polémico de nuestra actualidad política: López Obrador. He aquí el texto de la misiva: "Andrés Manuel: Hay quienes no tienen oído para la música. Tú no tienes oído para la ley. Se te escapa la noción de su importancia; pareces pensar que la ley está sujeta a tu capricho. ¿Cómo puedes decir que no la acatarás "dócilmente" en caso de que la consideres injusta? Si llegas a la Presidencia de la República ¿tendrás autoridad moral para decir, el día de tu toma de posesión, que protestas cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanen? ¿Podrás como Presidente pedir a los ciudadanos que se apeguen al orden jurídico, si tú te has apartado de él en forma sistemática a lo largo de toda tu carrera? En eso, Andrés Manuel, radica la peligrosidad mayor de tu eventual candidatura: no tanto en tu populismo, ni en tus actitudes demagógicas, ni en tu mesianismo, sino en el desprecio que sientes por la ley. Eso nos amenaza a todos pues contradice la idea de Estado de derecho y es una abierta incitación a apartarse de la legalidad. Ianni Tzingas"... Solicia Sinpitier, madura señorita soltera, recibió una proposición matrimonial: su vecino don Leovigildo, viudo sin hijos, le sugirió "unir sus soledades". Ella aspiraba a unir algo de más substancia, pero aun así se mostró receptiva a la solicitud. Puso una condición, empero, pues con la edad había aprendido que la razón tiene razones que el corazón no conoce. Le dijo a su galán que ella no se casaría con nadie que no tuviera un fondo de ahorros de por lo menos 100 mil pesos. Don Leovigildo respondió que de momento no tenía cuenta bancaria, pero que de inmediato se aplicaría a reunir la dicha cantidad. Un mes después le preguntó Solicia si ya estaba ahorrando. "Sí, prenda mía -respondió don Leovigildo, que usaba expresiones sacadas del teatro de los hermanos Álvarez Quintero-. Todo lo que me sobra después de hacer una comida al día lo guardo para integrar el fondo que me permitirá unir mi soledad a la tuya" (Y dale con las soledades). Preguntó Solicia, que poseía un gran sentido práctico: "¿Cuánto has juntado?". Responde don Leovigildo con vergüenza: "Apenas llevo 150 pesos". Y dice entonces la señorita Sinpitier: "Bueno, ya no te falta mucho. El día que quieras nos casamos"... Viene ahora el reprobable cuento que arriba se anunció... En pleno trance amatorio la muchacha le dice a su amador: "Si de esto sale una niña le pondremos como yo. Si sale un niño le pondremos como tú". Terminado el trance el tipo se quita la protección que se había puesto, previsor, y le dice a la muchacha: "Y si se sale de esto le pondremos Houdini"... FIN.