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De Política y Cosas Peores

Armando Camorra

Llegó el marido a su casa en horas de la madrugada. Traía manchas de lápiz labial en la camisa y olía a jabón chiquito. Le dice su señora: "Libidio: tú me engañas". "¡Ah, mujer! -clama él alzando la mirada al cielo-. ¿Ya vas a entrar tú también en la cultura del sospechosismo?". El secretario de Gobernación, Santiago Creel, acuñó ese nuevo neologismo mexicano, "sospechosismo", para aludir a la costumbre de los políticos de ahora de recelar de todos y de todo, de ver por dondequiera conjuras y complots. El léxico personal de nuestros hombres públicos es tan limitado que se ven en la necesidad de inventar sus propias palabras, con lo que hacen aportaciones muy interesantes a la lengua, si bien efímeras. Tiene razón don José Guadalupe Moreno de Alba, director de la Academia Mexicana de la Lengua, cuando dice que la mera palabra "sospecha" habría servido mejor para expresar la idea de Creel que el inventado término "sospechosismo". "Lo más sencillo -señala con acierto el académico- generalmente resulta lo más claro, y también lo más elegante". En efecto, digo yo: ¿a qué usar un lenguaje altísono, magnilocuente, pomposo, altitonante, grandílocuo, finchado o rimbombante, si se puede emplear un estilo natural, fácil, templado, llano, espontáneo, familiar, limpio, sobrio y directo? Desde luego no podemos pedir a nuestros políticos que sean retóricos, o que dominen la gramática. Mucho es pedirles ya que sean políticos. Además en todas partes se cuecen habas: los galimatías de Bush superan a los dislates del Presidente Fox. Pero quizá sea posible establecer una cierta relación entre la anarquía política que hoy por hoy priva en la vida pública de México y los desórdenes verbales de sus protagonistas. Desde luego no soy yo el más indicado para hacer tal señalamiento: todos los días, al leer lo que escribí el anterior, descubro un yerro que me hace enrubescer, o sea ponerme colorado. Diarrea de palabras y estreñimiento de hechos (perdón por esa frase, quizá llana en exceso): he ahí el signo característico de nuestra vida nacional... Atemperemos tal desdicha con algunos cuentecillos que sirvan de consuelo a la República... La señora le dice a su marido: "El doctor opina que mi mamá necesita una transfusión de sangre". "¡Santo Cielo! -exclama el esposo preocupado-. ¿Y de dónde vamos a sacar tantas serpientes?"... Una muchacha se casó con un entrenador de atletismo. Lo que más le molestaba a la joven esposa era la costumbre que tenía su marido de decir al empezar el acto del amor: "En sus marcas... Listos... ¡Dentro!"... Decía un pobre tipo: "No salgo con mujeres porque padezco un grave problema sexual: no tengo dinero"... Tres soldados estadounidenses, uno blanco, el otro afroamericano y el tercero de origen mexicano, fueron heridos en la guerra de Iraq. Se les llevó de regreso a Estados Unidos, y el Pentágono determinó darles una compensación económica por sus heridas. Cada uno fijaría su indemnización conforme a una medida de su cuerpo, la que ellos mismos escogieran: por cada centímetro recibirían mil dólares. El blanco dijo que la medida sería su estatura. Se le entregaron 183 mil dólares. El negro dijo que la medida sería la extensión de sus brazos abiertos. Se le dieron 210 mil dólares. El mexicano dijo que la medida sería la distancia entre la punta de su ésta y sus éstos. Los militares rieron al oír la peregrina petición. "Aceptamos la medida -le dijeron-. Pero ¿no te parece muy corta la distancia?". "No -responde el mexicano-. Mi ésta la tengo aquí, pero mis éstos me los voló una granada, y se quedaron en Iraq"... FIN.

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