En un café de mi ciudad hay una mesa de adultos mayores muy mayores. Los demás parroquianos conocen a los integrantes de esa mesa con un extraño nombre: Los Minifaldos. Les dice así, explican, porque están a cinco centímetros del hoyo. Los Minifaldos suelen hacer profecías sobre los eventos de más actualidad: juegos de campeonato, sucesos de política, etcétera, y luego apuestan con los otros clientes sobre el cumplimiento o no de su vaticinio. Dice la voz popular que los añosos augures nunca fallan, y ya su mesa es vista como oráculo. Consulté ayer a Los Minifaldos sobre la elección presidencial en los Estados Unidos. Me sorprendí al saber que profetizan la victoria de John Kerry, y están tomando apuestas -a la par- en los términos de su predicción. Yo carezco del don de los zahoríes: me equivoco hasta cuando predigo el pasado. Con base en esa ineptitud profetizo el triunfo de Bush. Con esto -porque mis profecías siempre fallan- estoy declarando mi esperanza de que el obtuso Presidente no sea reelegido. Estoy de acuerdo en que para ninguno de los dos candidatos existió México -ni América Latina- en sus campañas. Y no es de extrañar eso: el miedo ha convertido a la nación del norte en una isla, y los políticos estadounidenses están mirando sólo a otra isla: el Islam. Aun así considero que a México le iría mejor con Kerry que con Bush. El actual Presidente norteamericano es un fundamentalista religioso, y los fanáticos son siempre rencorosos. Jamás le perdonará el texano a México haberle negado su voto para legitimar la sangrienta aventura que emprendió en Iraq. En cambio Kerry significaría borrón y cuenta nueva. Digamos sin embargo, aunque esto parezca eco de las palabras de Bin Laden, que el destino de México y de los mexicanos no está ni en Bush ni en Kerry, que probablemente nos dan la misma importancia que a Timbuctú. Pese a nuestra cercanía con los Estados Unidos y a la indudable dependencia que implica nuestra relación con ese poderosísimo vecino, solamente con nuestro propio esfuerzo podemos salir de los problemas que tenemos. Y esos problemas no hallarán solución mientras no emprendamos las reformas urgentes que se necesitan para sacar a México de un pasado que no ha pasado, que permanece como lastre que cargamos todavía... ¡Qué bárbaro eres, columnista! ¡Nomás de leer tus últimos renglones ya estoy cansado! Mira cómo respiro agitadamente, y observa estas palpitaciones en mi sien. Te suplico que en adelante uses metáforas de menos peso. Ahora cuenta algunos lenes chascarrillos que aligeren el ánimo de la República, fatigado por tu retórica onerosa... El esposo de doña Freda solicitó el divorcio. "A mi mujer no le gusta el sexo" -alegó. "¡Claro que me gusta! -se enoja ella-. ¡Pero este maniático sexual quiere que lo hagamos tres y hasta cuatro veces en el año!"... Un indocumentado recién llegado a Texas le dice a su compañero: "¡Estos gringos! Si al queso le dicen 'chis', ¿cómo le dirán a la mostaza?"... El conferencista bíblico se disponía a hablar de Adán. Le pregunta a una señora en la primera fila: "Señora: ¿quién fue el primer hombre?". Responde ella ruborizándose: "Preferiría no decirlo"... En la barra del lobby bar el cantinero le dice al cliente: "¿Le sirvo otra?". "No -rechaza el hombre-. Con una copa más voy a empezar a sentirme un Romeo". El cliente que estaba al lado le dice con delicada voz: "Tómesela, señor. Yo ya me estoy sintiendo una Julieta"... Aquel señor fue con su esposa a un culto religioso en el templo de una iglesia que no era la suya. Traía salido el señor el pañuelo del bolsillo, y su esposa pensó que era la falda de la camisa. Le pregunta en voz baja: "¿Traes la bragueta abierta?". Pregunta a su vez el señor: "¿Es requisito?"... FIN.
