Aquella madre de seis hijas decía muy desolada: "¡Ah, el mundo! ¡A mis pobres hijas todos sus maridos les salieron cornudos!". Víctor Hugo, admirado colega, fue objeto en cierta ocasión de un homenaje. Se formó una fila de admiradores para saludarlo. A cada uno el célebre escritor le preguntaba de dónde venía. "Yo, de España" -dijo uno. "¡España! -exclamó grandilocuente el autor de "Hernani"-. ¡Ah, Cervantes!". El que seguía era italiano. Prorrumpió Víctor Hugo: "¡Italia! ¡Ah, Dante!". Llegó un alemán. "¡Alemania! -exultó Víctor Hugo-. ¡Ah, Goethe!". Venía luego un súbdito británico. "¡Inglaterra! -se conmovió el francés-. ¡Ah, Shakespeare!". Llegó un oriental ataviado con su turbante y su caftán. "¿De dónde viene usted?" -le preguntó el escritor. Respondió el individuo: "De Mesopotamia". "¡Mesopotamia!" -clamó Víctor Hugo. Hizo una pausa, como vacilando. Luego abrazó con emoción al tipo y dijo casi llorando: "¡Ah, la humanidad!". Pues bien: yo también quisiera decir entre lágrimas: "¡Ah, el mundo! ¡Ah, la humanidad!". Esos apóstrofes magnílocuos, esa lamentación o jeremiada -expresiva palabra, aunque se escuche mal-, me los suscita el pensamiento de que ahora, tras la victoria de Bush, el mundo queda dividido en dos fundamentalismos, ambos feroces, irracionales ambos: el fundamentalismo cristiano y el fundamentalismo islámico. Entre Bush y Bin Laden ni a cuál irle. Ambos son terroristas, ambos llevan en sí mensajes de muerte y destrucción. El fundamentalista de Oriente es un bárbaro poseído por la locura de la venganza; el otro fundamentalista, el que se dice cristiano, representa una forma distinta de terrorismo, el de la guerra injusta, pero el suyo es terrorismo también al fin y al cabo, brutalidad que el lustre de la llamada civilización occidental no alcanza a disfrazar. Los dos hombres matan en nombre de una fe; los dos se sienten representantes de la divinidad; ambos esgrimen supuestos valores y pretenden imponerlos con una violencia que causa la muerte de inocentes y condena a las naciones al temor. Allá por 1935 un sabio profesor americano contrastó sus conocimientos de Historia con la escena internacional de la época, y concluyó sin lugar a dudas que iba a estallar una segunda guerra. Tan grande sería ese conflicto, pensó el sabio, que abarcaría a Europa, África y Asia, y de seguro llegaría también al continente americano. Buscó entonces aquel previsor hombre un lugar seguro en el mundo para irse a vivir en él, y escogió una pequeña y paradisíaca isla perdida en el Pacífico. Lo dejó todo y se estableció en ella. Esa islita se llamaba Guadalcanal. Con el triunfo de Bush no hay ahora sitio seguro en el planeta. De una manera u otra el terrorismo desatado por los dos fundamentalistas nos amenaza a todos. ¡Ah, la humanidad! ¡Ah el mundo!... Llegó lord Feebledick a su casa y sorprendió a su mujer, lady Loosebloomers, holgándose con Wellh Ung, el encargado de la cría de faisanes. "¡Desagradecido! -le dice el coronado esposo al lascivo mancebo-. ¿Por qué me haces esto?". "Milord -responde el gañán-. Si observa usted con atención seguramente se percatará de que a usted no le estoy haciendo nada"... En la calle un pordiosero le pide a un señor: "¿Podría darme 220 pesos para una taza de café?". "¿220 pesos? -se asombra el señor-. Oiga, una taza de café le costará cuando mucho 20 pesos". "Ya lo sé -concede el astroso sujeto-. Pero el café me pone muy ganoso, y la mujer con la que voy me cobra 200"... Una frondosa mujer se estaba confesando. Le dice al padre Arsilio: "Me acuso, padre, de tener un mal pensamiento: cada vez que veo a un hombre de sotana siento el insano deseo de hacer el amor con él tres veces". "Tendrás que ir a otra parroquia, hijita -suspira el buen sacerdote-. Yo ya no te las completo"... FIN.