Hoy aparece aquí doña Chalina, mujer dada a chismes y cotilleos, sobre todo acerca de la vida de artistas de ayer y hoy. Antes de presentarla, sin embargo, el columnista dará rienda suelta a los pegasos de su inspiración y, Demóstenes redivivo, proclamará a los cuatro vientos -o más en caso necesario- una sesuda reflexión que no tiene otro fin que el muy modesto de mejorar el desolado paisaje nacional. A ese propósito dirá que se equivocan aquellos que en el extranjero, con motivo de los escándalos de perredistas en el Gobierno del Distrito Federal, tildan a México de ser un país corrompido hasta la médula. Por cada corrupto que sangra a México, que trafica con influencias, que se vende, que roba o defrauda desde un puesto público, por cada uno de esos infames, digo, hay cientos de miles de mexicanos que diariamente se esfuerzan con tesón por ganar honradamente el pan. Lo que sucede es que la honradez es callada, y en cambio los excesos de la corrupción suenan con estridencia y son como pregón de mala fama que a todos nos deshonra. Es más lo bueno que tenemos que lo malo, y bien podemos ufanarnos de vivir en una nación cuya grandeza ni sus malos hijos pueden aminorar... Irrumpe doña Chalina en este punto y dice terciándose el chal en los hombros a la manera tradicional de las chismosas de los antiguos pueblos: "¿A que no saben que la gran actriz del cine del pasado siglo, Ingrid Bergman, que siempre pareció señora tranquila y recatada, fue en verdad una ardiente mujer intensa y pasional? Llegó a Estados Unidos en los años treintas, proveniente de Suecia, e hizo películas que son ahora clásicas del cine, como ‘Intermezzo’ y ‘Casablanca’. Se sabía que estaba casada con un médico de su país, y que era madre de una hija; se le veía como ejemplo de virtud. Pero en 1949 sus adoradores se consternaron al enterarse de que iba a tener un hijo del cineasta italiano Roberto Rosellini, también casado. Quienes conocían bien a Ingrid, sin embargo, no se sorprendieron: sabían, por ejemplo, que durante la filmación de la película "Dr. Jekyll y Mr. Hyde" tuvo amores al mismo tiempo con Spencer Tracy, el galán, y Victor Fleming, el director. Sabían que también tuvo dimes y diretes con Gary Cooper y con un fotógrafo de apellido Cappa. Se confirma una vez más que "Caras vemos, corazones -y todo lo demás- no sabemos"... El pacífico señor iba por la calle cuando escuchó fuerte vocerío: un loco furioso había escapado del manicomio. Al voltear la esquina el señor se topa con el orate, que va hacia él y empieza a perseguirlo. Inútilmente trata el infeliz de escapar: el loco lo seguía cada vez más de cerca. Le pisaba ya los talones. El otro apresura la carrera y se mete por el callejón. ¡Horror! ¡Era un callejón sin salida! El loco se aproxima paso a paso. El pobre hombre, aterrorizado y de espaldas contra la pared, lo ve venir. Llega el loco, le pone la mano en el hombro al señor y le dice con una sonrisa de triunfo: "¡Encantado!". (¡Date de santos, señor! ¡El loco pudo haberte dejado encantado en otra forma!)... Un ovni o platillo volador llega a la Tierra proveniente de Marte. Dos hombrecitos descienden de la nave en la calle de una ciudad, y uno de ellos, viendo los estacionómetros, exclama jubiloso: "¡Mira, Wbtzgr, qué bien están las hembras de este planeta! ¡Son altas, delgadas, y cobran dos pesos la hora!... FIN.