Don Poseidón, granjero acomodado, tenía una hija de carácter fuerte cuyo nombre era Bragancia. Hembra de pelo en pecho, ningún varón osaba llegar a ella en conversación de amores, pues era despedido con dicterios y desmesuras de trato. Tarde o temprano, sin embargo, cada quien halla su cada cual. Lo dice la sabiduría popular y lo demuestra la experiencia de siglos. Así, cierto día llegó al pueblo un agente vendedor, sujeto bien parecido y diestro en cuestiones amatorias. Miró a Bragancia y de ella se prendó, pues la varona era de muy buen ver y -según se adivinaba tras la saya- de mejor tocar. La siguió una mañana por la calle; le dijo tres palabras después, en el mercado. Bragancia ni siquiera le respondió: lo miró "de sololayo", como decían ahí por decir "de soslayo", y apresuró el paso con desdén. Pero bien lo declara otro refrán antiguo: "La mujer y la gata, de quien la trata". No hay nada que no consiga la perseverancia: Gutta cavat lapidem. La gota horada la piedra. Tanto la persiguió aquel hombre que Bragancia se dejó alcanzar por fin. Lo demás fue cosa de labia, y el resto lo obró Naturaleza. No alargo más la historia: todas las de amor siempre son cortas. Tampoco narro lo sucedido entre Bragancia y el viajero, pues cosa es ésa de mucha discreción. Diré, sí, que un buen día se presentó el venturoso amante en casa de don Poseidón y solicitó en matrimonio a la muchacha. El genitor se sorprendió: jamás había pensado que habría un hombre para su hija. Preguntó, ceñudo, al solicitador: "¿Está usted seguro de que quiere casarse con Bragancia? Nadie ha logrado nunca domeñarla; ningún pretendiente ha podido siquiera acercarse al vedado jardín de sus amores. Para decirlo en palabras que usted pueda entender: mi hija es mujer de muchos calzones". "Ni tanto -replica con displicencia el pretendiente-. Yo nomás le he conocido tres"... ¿A qué esa larga historia de final intempestivo, con ecos de Chaucer, Lesage o Timoneda? Viene a cuento para significar que la constancia y el tesón vencen la más adamantina resistencia. Yo no me cansaré jamás de proclamar que la política debe estar regida por la ética. Si no es así la vida pública se vuelve mester de ganapanes, oficio de perdularios que sólo buscan medro personal. Me sorprendí al saber que el PRD está dispuesto a organizar marchas en apoyo de René Bejarano. En la persona de ese señor han tomado cuerpo los peores vicios de la corrupción y la venalidad. Su imagen -esa en que aparece retacándose los bolsillos de billetes- es el retrato del extremo a que puede llegar un politicastro, que no político, cuando de dinero se trata. ¿Y a ese hombre pervertido por el ansia de dinero y de poder va a apoyar el PRD? De ser así eso significaría que sus actuales dirigentes han perdido todo sentido de la decencia, y comparten el cinismo de los bribones que han medrado al amparo de unas siglas que Cuauhtémoc Cárdenas hizo respetables y que ahora están siendo arrastradas por los suelos. (¡Bófonos!)... Le dice el niño a su papá: "Papi: en la escuela los niños me dicen ‘El judicial’". Pregunta el señor: "¿Por qué?". Contesta el niño, amenazante: "-¡Usté cállese, caón! ¡Aquí yo hago las preguntas!"... Termina esta columneja con un chascarrillo que, me dicen, es muy lépero... Dos señores de edad madura hablaban de su vida sexual. Le pregunta uno al otro: "Dime: para hacer el amor ¿usas preservativo?". "¡Hombre! -se enoja el otro-. ¡Tanto que batallo para elevarla y todavía quieres que le aumente peso!"... (No le entendí)... FIN.