Dos jóvenes recién casados solían usar una frasecita en clave para decirse, incluso delante de otros, sin que los entendiera nadie, que al llegar a su casa harían el amor. Él le decía a ella: "Viejita: cuando lleguemos a la casa ¿jugamos un pokarito?". Ella se sonreía, y le decía que sí: ya sabía que no se trataba de ningún pokarito, sino de un juego considerablemente más entretenido. Cierta noche fueron a una fiesta, y regresaron ya tarde a su casa. La chica iba cansada, con cierto dolorcillo de cabeza; no tenía ganas de otra cosa que no fuera irse a la cama a dormir ya. El muchacho, al contrario, venía achispado por dos o tres jaiboles que se había tomado; sentía ganas también de ir a la cama, pero no precisamente a dormir. Así las cosas, él, muy ilusionado, le hizo a su mujercita la consabida pregunta: "Viejita: ¿nos echamos un pokarito?". La joven, como lo dije ya, venía muy cansada, de modo que respondió con sequedad: "No. Paso". El esposo se molestó bastante. En su corta vida de casados jamás había sido rechazado por su mujer en forma tal. No contestó palabra; muy enojado se fue a acostar. Ella también se dirigió a la cama. Ni siquiera se dieron las buenas noches: apagaron la luz y se acostaron espalda con espalda, como águilas alemanas. Ella, sin embargo, no pudo conciliar el sueño. La asaltó una acuciante sensación de remordimiento de conciencia. "¡Caray! -se dijo-. ¡Qué mal hice! ¡Qué error tan grande cometí! Mi viejito, tan bueno que es conmigo, tan complaciente siempre, y he aquí que yo lo rechacé en forma grosera y descortés. Voy a ver si puedo remediar esta equivocación". Se vuelve hacia él y le da un besito en la frente... Nada... Un besito en la mejilla... Nada... Un besito en los labios... Nada... Un besito en la orejita... Nada... Un besito en el cuello... Nada... Un besito en el hombro... Nada... Un besito en el pecho... Nada....... Nada........ Nada... Por fin él habla. Le dice a la muchacha con hosca sequedad: "¿Qué quieres, tú? ¿Qué quieres?". Ella responde en su más dulce y más humilde voz: "Viejito: ¿nos echamos un pokarito?". El joven marido estaba todavía sentido, disgustado. Usando las mismas palabras que ella le había dicho respondió ásperamente: "No. Paso". Entonces ella levanta la sábana, lo ve muy bien y exclama llena de asombro: "¡¡¡¿Y con ese juegazo pasas?!!!"... No le entendí a este largo chascarrillo; mis cuatro lectores tendrán que disculpar tal cortedad de ingenio. Creo, sin embargo que la dilatada narración puede servir para ilustrar mi comentario de hoy. El petróleo no sólo es un recurso no renovable: es también un recurso no confiable. En efecto, todas las circunstancias que rodean al petróleo son aleatorias; quienes tratan con él -desde su exploración hasta su venta y aprovechamiento- son como apostadores que juegan con los riesgos del azar. Del petróleo hemos recibido los mexicanos quebrantos y venturas, más lo primero que lo segundo. Sigue siendo certera la tan citada intuición poética del bardo jerezano (NOTA: "El bardo jerezano": Ramón López Velarde, 1888-1921), según la cual el petróleo ha sido para México un legado diabólico. Ciertamente sin el petróleo México no podría subsistir. Pero también ese recurso ha sido fuente de las más grandes corrupciones que ha conocido la República, y es causa de que se mantengan obsoletas nociones que frenan el progreso del país. También, nosotros, con el juegazo del petróleo, muchas veces hemos tenido que pasar. El último caso es el del presupuesto nacional, hecho por los diputados con base en un precio del petróleo, precio que luego se abatió. Mal aprovechado, mal administrado, mal entendido, los extranjeros bien pueden decirnos a propósito de nuestro petróleo: "¿Y con ese juegazo pasan?"... FIN.