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De Política y Cosas Peores

Armando Camorra

Los escoceses, ya se sabe, son famosos por su aversión a gastar. Llegó un escocés a una cantina y se sentó ante la barra sin decir palabra. Después de un rato, y al ver que el individuo no pedía nada, va el cantinero hacia él y le pregunta: "¿Puedo ofrecerle algo?". "Sí -responde el escocés-. Tráigame un whisky". El cantinero se lo sirve, el escocés lo bebe y se levanta luego para retirarse. "Oiga, amigo -le dice el de la cantina-. Se le está olvidando pagar la copa". "¿Y por qué debo pagarla? -replica el escocés-. Yo no se la pedí: usted me la ofreció, y yo me limité a aceptar su ofrecimiento. No tengo por qué pagar algo que no solicité". En la cantina estaba un abogado, y el cantinero lo consulta. "El hombre tiene razón -determina el letrado-. Si él no pidió la copa no está obligado a pagarla". El cantinero, irritado, toma al escocés por el cuello de la camisa y el fondillo del pantalón y lo arroja a la calle con violencia. Una semana después llega de nuevo el escocés a la cantina, y otra vez se sienta ante la barra sin decir palabra. El tabernero le pregunta, receloso: "¿No es usted el tipo que eché de la cantina el otro día?". "No -responde el individuo-. Jamás he estado aquí". Le dice el del bar: "Entonces debe usted tener un doble". "Muchas gracias -contesta el escocés-. Que sea de whisky, por favor"... En cierto debate uno de los participantes dijo con mucha cortesía tras escuchar al que lo antecedió: "Mi estimado colega tiene razón, pero no mucha. Y la poca que tiene vale madre". Pues bien: don Ramón de Campoamor (1817-1901) tuvo toda la razón cuando escribió su famosísima cuarteta: "... En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira, / todo es según el color / del cristal con que se mira". En México todo se mira ahora a través del cristal de la política, empañado cristal, y además roto y manchado por toda suciedad y toda lacra. Se han atribuido móviles políticos a la medida por la cual el Presidente Fox cesó en sus cargos a Marcelo Ebrard, secretario de Seguridad Pública del Distrito Federal, y a José Luis Figueroa, comisionado de la Policía Federal Preventiva. En mi opinión éste es uno de los pocos momentos en que Fox ha mostrado determinación y mando, y en que ha interpretado la voluntad popular. Por encima de toda crítica la opinión pública ha aplaudido el despido de ambos funcionarios. Los dos mostraron supina incapacidad en el caso del linchamiento de Tláhuac, y su omisión fue en buena parte causa de la muerte de los dos desdichados policías que perecieron a manos de la turba. El argumento de Ebrard, quien alegó exceso de tráfico para justificar la falta de intervención de sus elementos, sería cómico si no fuera patético. Por su parte Figueroa incurrió en una de las más graves faltas que puede cometer un superior: en un trance difícil no dio apoyo a quienes dependían de él. Nadie diga que estos ceses -sobre todo el de Ebrard- forman parte del "compló". Muy mal se habría visto el Presidente si hubiese hecho como que el linchamiento nunca sucedió. No se trata de llevar al ara de los sacrificios dos chivos expiatorios para calmar el enojo de la sociedad: se trata de castigar la ineptitud y de fijar un aviso de advertencia que sirva para evitar en lo posible otras omisiones de consecuencias trágicas en el campo de la seguridad... Doña Frigidia acudió ante un juez de lo familiar. "Quiero divorciarme de mi esposo -le dijo-. Me hace el amor dos veces en el año". Responde el juzgador: "Tiene usted razón en querer divorciarse de él". "Sí -confirma doña Frigidia-. No quiero estar casada con un maniático sexual"... FIN.

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