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De Política y Cosas Peores

Armando Camorra

La Sierra de Arteaga, en mi natal Coahuila, es una de las más bellas regiones mexicanas. Sus elevados montes cubiertos de encinas, robles, pinos; sus anchurosos valles con huertos de manzanos, ciruelos y duraznos; sus pintorescos poblados de sonorosos nombres: "Los Lirios", "Sierra Hermosa", "Jamé", "San Antonio de las Alazanas"; sus sitios para el descanso y la recreación -Monterreal tiene ya fama internacional-, son bellezas que encantan los sentidos del cuerpo y los del alma. (Así como en nuestra parte corporal está el espíritu, algo corpóreo debe haber igualmente en esa Animula, vagula, blandula, hospes comesque corporis, "almita inconstante y frágil, habitante y compañera del cuerpo" que dijo en su Historia Augusta el latino Elio Esparciano). Pero iba a hablar de la Sierra de Arteaga, y ya ando por los cerros de Úbeda. Los arteagüenses son casi todos rubios, de tez blanca y ojos claros. Así es la gente de Potrero de Ábrego, mi paraíso personal, a donde asisto para irme acostumbrando por si me voy al Cielo. Dice la leyenda que un batallón de soldados extranjeros -franceses o de Irlanda, vayan ustedes a saber- pasó por Arteaga. Ahí tocaron rancho los soldados. Y algo más tocarían, porque dejaron estirpe rubia en la comarca. La verdad es que a esa apartada zona no llegaron los tlaxcaltecas, y eso explica la claridad de tez de los serranos. En el Potrero hay un señor distinto a los demás. Él es moreno, muy moreno. Tiene el color del azabache o el ébano. Sus amigos lo llaman "El caso Colosio". Porque nunca se va a aclarar, explican. Igual sucederá, aventuro, con el caso de Enrique Salinas de Gortari. No me sorprendería si nunca se aclarara. Estoy de acuerdo en que a lo mejor se trata de un crimen común y corriente, y aparecen los culpables (o se les hace aparecer). Generalmente cuando sucede un homicidio los allegados de la víctima piden que se sigan todas las pistas. En algunos casos, sin embargo, no conviene que todas las pistas sean seguidas. Y como en México las palabras "policía" y "política" son más parecidas que en otras partes, bien puede suceder que a fin de cuentas se aplique en este asunto la útil frase según la cual a veces "más vale no menealle". Suposiciones, desde luego, pero díganme ustedes si en la hora actual hay en este país algo que no sea suposición... Escapó un preso de una cárcel norteamericana. El sistema penitenciario de Estados Unidos, ya se sabe, no tiene la sabia institución de la visita conyugal. Las autoridades de los reclusorios se hacen de la vista gorda cuando los presos se entregan a toda suerte de desórdenes sexuales, pero no les permiten tener trato con mujer. Algo parecido sucede en ciertas religiones. Otra vez me estoy yendo por los cerros de Úbeda. Se escapó el preso, pues, y en su fuga fue a dar a una casa apartada, en una región rural. Ató al hombre y a la mujer que ahí vivían, un matrimonio joven, y los amordazó para usarlos como rehenes. Hagan ustedes de cuenta la película "Horas desesperadas". ("The desperate hours", 1955, con Humphrey Bogart y Frederic March, dirección de William Wyler). Mientras el prisionero oteaba por las ventanas el joven marido pudo apartar la mordaza de su boca y le dijo lleno de apuro a su esposa: "Mi vida: este hombre tiene varios años sin ver una mujer. Probablemente quiera tener sexo. No opongas resistencia, y déjalo hacer, pues de eso dependen nuestras vidas". Ella también había conseguido quitarse la mordaza, y responde: "Me alegra que digas eso, mi amorcito, porque antes de amarrarnos me dijo ese individuo: ‘Señora, qué bonito trasero tiene su marido’"... FIN.

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