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De Política y Cosas Peores

Armando Camorra

Aquel indocumentado mexicano trabajaba en un rancho del sur de Texas. Les contaba a sus paisanos en el pueblo: "Mister Redneck, mi patrón, es muy católico. Cuando se dirige a nosotros siempre invoca a San Ababich y a San Abagán"... Un chaparrito entra en la cantina y dirigiéndose a todos los presentes declara en tono retador: "Calculo que todos los que están aquí son una bola de huleros". Se levanta un sujeto y ¡cingas! le da un tremendo puñetazo que instantáneamente lo despojó de cuatro incisivos, dos caninos y un molar. Echando sangre por boca y nariz se levanta el chaparrín y dice algo mohíno: "Bueno; nomás me equivoqué por uno"... Con motivo del aumento de la criminalidad en todo el país se vuelven a escuchar voces que piden el restablecimiento de la pena de muerte en México. De muy diverso origen son los demandantes, y aun no falta entre ellos algún alto jerarca religioso. La violencia desatada mueve a algunos a solicitar que vuelva a ponerse en vigor la pena máxima como posible remedio a esa ola de delitos. Sin embargo está probado hasta la saciedad que la pena de muerte no tiene valor ejemplar, es decir, no mueve a los criminales a dejar de cometer sus acciones contrarias a la ley. Clásico es el ejemplo que describe cómo en el París de la Revolución los actos públicos en que se aplicaba la pena de muerte a los ladrones eran sitios favoritos de otros ladrones que ejercían su actividad entre la multitud congregada para mirar la ejecución. Moderna muestra de eso son los Estados Unidos, donde la pena máxima -que en algunos Estados, como Texas, se aplica con asidua ferocidad- no ha sido factor que altere las estadísticas de la criminalidad. Ni siquiera en condiciones ideales de administración de justicia puede garantizarse que la pena de muerte, irreparable, es susceptible de aplicarse sin reservas. Independientemente de escrúpulos de orden moral o filosófico -y no digo de orden religioso, porque algunas iglesias llamadas cristianas no parecen detenerse en este caso ante lo sagrado de la vida humana, como hacen al tratar el tema del aborto- independientemente de esos escrúpulos, digo, la pena de muerte no ha probado ser instrumento eficaz en la lucha contra la delincuencia, y más tiene visos de venganza social, de pública vindicta, que de efectivo método para proteger a la comunidad frente a la acción perversa de los criminales. Los partidarios de la pena de muerte, quienes sin detenida consideración la proponen como remedio a la inseguridad reinante, mediten si su propuesta no añade más violencia a la que padecemos ya... En el bar les ruega un sujeto a sus amigos: "Por favor, no me digan caón porque me duermo". "-¿Cómo que te duermes?" -se sorprenden ellos-. "-Sí, -confirma el individuo-. Tengo un reflejo condicionado. Cuando estaba chiquito mi mamá me arrullaba en los brazos, y si después de una hora no me dormía se desesperaba y me decía: ‘!Ya duérmete, caón!’"... Le dice un sujeto a otro: "-Me he enterado sin lugar a dudas de que estás cortejando a mi mujer. Y no me lo niegues, porque es cierto. Quiero que sepas una cosa: si la sigues cortejando...". "¿Qué?"- pregunta desafiante el otro-. Y responde el tipo con voz de amenaza: "¡Te la dejo!"... "El sexo es enajenante"-dice a su amigo la guapa chica estudiante de psicología-. "Es muy cierto -responde él-. ¿Qué te parece si nos damos una enajenadita?"...FIN.

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