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De Política y Cosas Peores

Armando Camorra

Nadie le pide al Presidente Fox que sea un estadista. Pero nadie tampoco le ha solicitado que sea un pugilista. Últimamente ha asumido una postura beligerante que lo ha enfrentado con importantes protagonistas de la vida pública. Eso le resta posibilidades para el diálogo, y hace que sea más difícil el ejercicio de la importante función que le corresponde como titular del Poder Ejecutivo. Quizá no sea todavía demasiado tarde para buscar, con una actitud conciliatoria, los acuerdos que se requieren para hallar solución a los problemas que hoy por hoy ensombrecen el horizonte nacional... Un señor y su compadre hablaban de sus respectivos matrimonios. El primero se quejaba de la frialdad de su mujer: el acto del amor no suscitaba en ella las emociones y deliquios que en el cine y la televisión se ven. "Pienso, compadre -dice- que hasta Leona Vicario y doña Josefa Ortiz de Domínguez han de haber sido más ardientes que ella, para no mencionar a damas de mayor actualidad, como Eleanor Roosevelt". El otro le responde: "Sucede que las mujeres tienen espíritu romántico. Yo sufría el mismo problema con mi esposa. Un día se me ocurrió contratar a un tañedor de mandolina a fin de que interpretara barcarolas y romanzas en la habitación vecina mientras nosotros hacíamos el amor. El resultado, compadre, fue notable: aquella música despertó en mi mujer a la cortesana que llevaba dentro. Esa noche fue la síntesis de todas las grandes amantes, antiguas y modernas; fue al mismo tiempo Cleopatra, Thais y Naná. La mandolina hizo la diferencia". ?Qué raro, compadre -dice muy intrigado el señor-. Usted y yo tocamos en la escuela preparatoria ese cándido instrumento, y nunca supe que tuviera tal virtud". "La tiene, compadre -insiste el amigo-, y demostrada. ¿Por qué no hace la prueba? Con todo gusto me ofrezco a tocarle la mandolina mientras usted está con mi comadre. Verá los resultados". El señor acepta, y un buen día procedió a yacer con su consorte mientras el compadre, en el cuarto de al lado, tocaba piezas del repertorio italiano como "Torna a Surriento" y "Mattinata". Vano empeño: la mujer siguió como si nada. Incluso hubo un momento en que bostezó y se le prendió un foquito adentro, como a los refrigeradores. Desolado, el señor va y le dice a su compadre que la mandolinesca empresa había resultado infructuosa. "Me sorprende oír eso, compadre -dice el tipo-. En mi caso la mandolina nunca ha fallado, nunca. Permítame estar con mi comadre mientras usted toca ese bello instrumento. Pero le encargo mucho la mandolina, pues me costó muy cara y su madera es delicada. A nadie se la prestaría aparte de usted". Y así diciendo el compadre se encaminó a la habitación donde se hallaba la esposa. El señor, agradecido porque su compadre le permitiera tangir su mandolina, empezó a pulsarla. Apenas habían brotado del romántico instrumento las primeras notas de la canción "Al di la" cuando en la cercana alcoba empezaron a oírse inconfundibles ruidos: ayes, suspiros, quejos, gañidos, zureos y exhalaciones. A poco esas leves manifestaciones se convirtieron en jadeos y acezos anhelantes, y luego en clamorosos ululatos de placer. La mujer empezó a chirlear, zurear, titear, chuchear y piñonear, y luego se soltó aullando, bramando, bufando, churritando, himplando, orneando, otilando, rebudiando y resoplando. Bien se advertía por todas esas onomatopeyas que la señora se estaba refocilando muy cumplidamente en el adulterino tálamo. No por eso el esposo dejó de tañer la mandolina; antes bien empezó a rasguearla con más sentimiento y emoción. "Eso es lo que hacía falta -dice con gran orgullo para sí-. Alguien que tocara bien la mandolina"... FIN.

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