La maestra les pidió a los niños que dijeran algunas frases célebres y mencionaran el nombre de quienes las pronunciaron. Pepito fue el primero en levantar la mano. La profesora, sin embargo, sabía bien que cada vez que Pepito abría la boca era para decir algún enorme despropósito o una muy grande leperada, de modo que hizo como que no lo veía. En su lugar dio la palabra a Juanilita. "?El respeto al derecho ajeno es la paz?" -recita con voz monótona la niña. "Muy bien, Juanilita -la felicita la maestra. -¿Quién dijo eso?". "Don Benito Juárez, el Benemérito de las Américas" -silabea Juanilita. Pepito seguía con la mano en alto, ansioso por participar. La profesora no hacía caso de él. Escoge a otro alumno. "A ver, Tonino". Propone el gordo niño: "?Va mi espada en prenda, voy por ella?". "-Perfectamente bien, Tonino -aplaude la maestra-. ¿Quién dijo eso?". Contesta el robusto educando: "Guadalupe Victoria, primer Presidente de México". "Excelente" -manifiesta la profesora. Pepito se pirraba por decir su frase célebre. La maestra seguía haciéndose de la vista gorda para no darle la palabra. En vez de eso se la concede a otro pequeño. "A ver, Puerito". "-?Trescientos siglos os contemplan desde estas pirámides?" -cita el niño. "Muy buena frase -reconoce la profesora-. ¿Quién dijo eso?". "Napoleón Bonaparte" -indica Puerito. "Muy bien -concluye la maestra. Con eso terminamos nuestra sesión de frases célebres. Gracias a todos por su participación". Pepito, con enojo por no haber sido nombrado, masculla de modo que todo el salón alcanzó a oír: "¡Vieja ma..!". "¿Quién dijo eso?" -se indigna la maestra. Y con triunfal acento responde el tal Pepito: "¡Acuérdese, maestra! ¡La dijo Bill Clinton!"... (NOTA: Con la publicación de badomías como ésta ¿ha de extrañar acaso la decadencia en las costumbres de Occidente? ¡Ah! Pasados son los tiempos a que se refirió doña Emilia Pardo Bazán cuando en una de sus muy celebradas cartas a Galdós escribió los conceptos que transcribo: "La cultura de una nación se mide en razón directa de la buena educación de sus habitantes. Cuando en algún país un caballero se descubre a mi paso digo para mis adentros con íntima satisfacción: ¡He aquí una nación civilizada¡ ¡Benditos sean los dioses que presiden el desarrollo de los pueblos!"... La escena mexicana parece tinglado del absurdo, como en las piezas de Beckett, Arrabal, Edward Albee, Ionesco, Adamov o los hermanos Álvarez Quintero. No hay diálogo entre los protagonistas de nuestra vida pública, y cuando lo hay el tal diálogo es un intercambio de monólogos, si así puede decirse (creo que sí, porque ya lo dije). La conducta de nuestros políticos nos haría reír, como los viejos sainetes españoles o las antiguas farsas para marionetas de la commedia dell?arte italiana, si no es porque esa conducta causa tan graves daños al país. Dialoguen los políticos; hagan a un lado sus personalismos; suspendan las reprobables pugnas en que hoy están envueltos y resuelvan ya de una vez por todas los urgentes asuntos pendientes de arreglo que tienen en vilo a la nación. Si no lo hacen, su fatuidad y prepotencia serán factores para hacer más grave todavía la situación de México, tan agobiado de por sí por tanta mala suerte de calamidades. Eso pedimos los mexicanos. Nuestra demanda debe ser oída... Y no digo más, porque estoy muy encaboronado... FIN.