Delante del galán que la pretendía la ingenua muchacha empezó a arrancar uno a uno los pétalos de una margarita al tiempo que iba diciendo: "Me quiere; no me quiere, me quiere; no me quiere". Al arrancar el último pétalo exclama ella jubilosamente: "¡Me quiere!". "Tiene razón la margarita -dice con salaz tono el galancete-. Ahora pregúntale: ?Me quiere ¿para qué??"... La joven parejita fue con el ginecólogo. Ella le dijo que creía que estaba embarazada. "¿Cuántos días se le ha retrasado?" -pregunta el médico-. "Ninguno -responde orgullosamente el muchacho-. Todos los días llego a la casa a las 8 y para las 9 ya estamos en la cama. Por eso creemos que está esperando"... Himenia, señorita soltera y ya de edad, era cortejada por un caballero también otoñal. Muy entusiasmada dice Himenia a su amiguita Celiberia: "¡Creo que Geroncio tiene intenciones matrimoniales!". "¿Por qué supones eso?" -pregunta Celiberia. "Se pone muy romántico -responde Himenia-. El otro día quiso saber si ronco"... Los hijos son en estos tiempos un lujo tan caro que solamente los pobres se lo pueden dar. Hay organizaciones, sobre todo de carácter religioso, que reprueban los programas de planificación familiar que las instituciones de salud pública llevan a cabo, y condenan igualmente las exhortaciones que a través de los medios de comunicación hacen esos mismos organismos para convencer a la gente de planear los nacimientos. Esos programas pueden contribuir en forma grande no sólo al bienestar de las familias sino también a lo que conviene a México. En efecto, el fantasma de Malthus sigue recorriendo el mundo. Deben ponerse en práctica medidas tendientes a dar conciencia de todos los riesgos que trae consigo una población excesiva... Babalucas iba en el coche de su esposa. La señora se pasó una señal de alto y fue detenida por un oficial motociclista. "-Permiso para conducir" -pide el agente-. Le dice Babalucas a su esposa: "Pásate al asiento de atrás, vieja. El señor quiere conducir"... Una madura señorita soltera italiana llamada Natica Gelata era dueña de un pícaro loro napolitano. En un descuido de Natica el diablo de perico se metió en el corral de las gallinas y a todas las hizo víctimas de sus impulsos eróticos. En castigo la señorita Gelata le arrancó todas las plumas de la cabeza, y lo dejó pelón. Esa misma noche fueron de visita a la casa de Natica el cura del pueblo y su vicario. Los dos eran calvos. Desde su jaula los mira el ruin cotorro y les dice: "¿También ustedes?"... Viene ahora un cuento de mal gusto. Las personas que lo tengan bueno ?el gusto- absténganse de leerlo... El poeta de barriada conversaba con su novia en la ventana. De pronto -¡oh, sino aciago!- llegole, inoportuno, un premioso imperativo de la Naturaleza, que le exigía dar trámite inmediato a una ventosidad o flatulencia. Turbado, dijo a su dulcinea: "Creo que oí la voz de tu papá. Iré a la esquina para evitar que nos sorprenda". Fue, en efecto, y ahí dio curso al sonoroso cuesco. Regresó, y continuó la charla con su amada. Mas sucedió que a poco fue acometido nuevamente por el mismo trance. "Voy a la esquina otra vez -volvió a decir-. Creo que vienen tus hermanos". Fue y satisfizo el sonoroso censo que a nuestra parte física debemos. Al regresar le dice la musa de su ensueño: "Oye: ¿por qué mejor no le haces al revés? Échate aquí el trueno, y el aroma llévatelo a la esquina"... FIN.