Hoy aparece aquí "El Chiste más Rojo del Año". ¡Qué forma de terminar el 2004! Centenares de chascarrillos he contado a lo largo de los 12 meses que hoy terminan: ninguno de esos cuentos alcanzó el extremo de sicalipsis a que llega esa execrable narración. Hela aquí... Doña Coñita era una anciana viuda. Desde la muerte de su señor marido vivía sola en la misma granja donde toda su vida trabajó al lado de su esposo. Ella sola se bastaba para el cuidado de las gallinas con cuyo producto se mantenía, y únicamente requería ayuda ajena cuando se presentaba alguna tarea que por sus años no podía hacer por sí misma. Cierto día necesitó uno de esos trabajos: sucedió que un ventarrón echó abajo la letrina. Doña Coñita, entonces, llamó al señor Mastacho, el carpintero de la aldea, a fin de que viniera a construirle otra. Llegó el hombre, tomó las medidas pertinentes e hizo una lista del material que iba a requerir. Al siguiente día regresó con lo necesario y se aplicó de inmediato a realizar la obra. Era un buen artesano este Mastacho; en cosa de cuatro días hizo la letrina, toda de madera, con sus cuatro paredes muy firmes y seguras, su techo a prueba de lluvias, su puerta con pestillo, su ventana con vidrio corredizo... El carpintero le presentó su cuenta a doña Coñita -tanto de material, tanto de mano de obra-, pero ella, al fin mujer y campesina, le dijo que antes de pagar quería usar un par de días la letrina, a fin de certificar que estuviera bien hecha y sirviera con eficacia a su propósito. No molestó al señor Mastacho esa cautela o prevención, antes la aceptó de buen grado, y dijo a la viuda que se tomara el tiempo necesario para poner a prueba su trabajo, pues él estaba cierto de que lo había hecho a conciencia, y sin duda la señora encontraría la letrina a su cabal satisfacción, con todos los requerimien-tos de comodidad y disposición en general que una buena letrina ha de tener. Una semana después volvió Mastacho, seguro de encontrar a doña Coñita muy contenta con el trabajo que le había hecho, y listo para recibir el justo jornal por su trabajo. Para su sorpresa la viejecita lo recibió con una lacónica frase contundente, que le espetó aun antes de saludarlo. La frase fue esta: "No pago". "¿Por qué?" -se asombró el carpintero. "No pago" -repitió, tajante, doña Coñita. "Ya oí -se amoscó el artesano-. Ya oí que no quiere pagar. Pero dígame por qué". "No pago" -repitió con sequedad la vejuca. El artesano, molesto, le pregunta: "¿Qué falla le encontró a la letrina? Dígame si tiene algún defecto, para corregirlo". "No pago" -volvió a decir la viuda con escueto laconismo. Y así diciendo se cruzó de brazos. Enojado, Mastacho se aplicó a la tarea de revisar su obra, aunque ya había hecho el concienzudo examen antes de entregar el trabajo. Probó la resistencia de las paredes; abrió y cerró la puerta varias veces, y lo mismo hizo con el ventanillo; constató que el techo no tenía rendijas por donde pudiera haberse colado agua de lluvia... Todo se hallaba en orden. "La letrina está bien" -dijo a la viuda, que lo había estado mirando, sin decir palabra, mientras hacía la revisión. "No pago" -repitió la ancianita una vez más. Intrigado, el carpintero volvió a entrar en la letrina. ¿Qué deficiencia podía tener la obra que él no había advertido? Se puso de rodillas y acercó la cara a la tabla que servía de asiento a la letrina, a fin de examinarla bien. Tanto se acercó que, sin darse él cuenta, unos pelitos del profuso bigote se le atoraron en una grieta que tenía la madera de la tabla. Cuando se enderezó para ponerse en pie se le arrancaron los pelitos del mostacho, y hubo de lanzar un fuerte ¡ay! de dolor. Le dice entonces doña Coñita con rencoroso acento: "¿Ya vio? No pago"... (No le entendí)... ¡Feliz Año Nuevo, queridos cuatro lectores míos!... FIN.