En el convento de las claretinas sor Bette meneaba con lentitud el cazo donde se hacía el rompope que había dado fama tradicional a su convento. Pasó por la cocina la madre superiora, metió el dedo en el cazo y luego se lo llevó a la boca para probar el sabor y calidad de la mixtura. "-Échele más huevos, hermana" -dice. Y sor Bette empieza a menear con más vigor y rapidez. ¡Lo que es el voto de obediencia!... Pasó a mejor vida don Bonilio. Quiero decir que se murió. Eso de "pasar a mejor vida" es eufemismo, manera suave de expresar alguna idea cuya manifestación, dicha con toda claridad, sería impropia o malsonante. Si la reverenda madre superiora hubiese empleado un eufemismo habría dicho "blanquillos" en vez de decir "huevos", palabra que, como lo muestra el cuentecito, se presta a equívocos variados. Mi tía Chita pedía en la tienda de don Espiridión medio kilo de uno tras otro, pues la palabra "chorizo" le parecía muy fea. Nosotros decimos "Honorable Congreso de la Unión" para no decir "hato de inútiles". Pero me estoy apartando del relato. Murió don Bonilio, pues, y fue recibido por San Pedro en las puertas del Cielo. El portero de la mansión celeste revisa el expediente del recién llegado y dice con asombro: "-¡Caramba, Bonilio! Estoy viendo aquí que tienes derecho a entrar inmediatamente, sin siquiera pasar por la incómoda antesala del purgatorio. Toda tu vida fue un continuo ejercicio de virtud. Jamás cometiste ni aun la más ligera culpa de impaciencia, y eso que estuviste casado. Página tras página, día tras día de tu vida, la única anotación que encuentro en tu dossier es: "Buena, obra, buena obra, buena obra...". No hiciste más que buenas obras a todo lo largo de tu vida, de modo que tienes derecho a un sitio de preferencia en la morada de la eterna bienaventuranza". "-Te lo agradezco mucho, Pedro -se alegra don Bonilio-. Si no es mucha molestia quisiera una habitación en piso bajo, y preferentemente de las de no fumar". "-Aquí todos los cuartos son de no fumar -replica el buen apóstol-. Los fumadores están en otro lado. Pero advierto un pequeño inconveniente para tu ingreso aquí". "-¿Cuál es?" -pregunta don Bonilio con inquietud. "-Todos los que están en el Cielo, excepción hecha del patrón y su mamá, cometieron en vida algún pecado, e incluso hay quienes cometieron muchos, como San Agustín y don Juan Tenorio, por no mencionar más que a dos huéspedes. La absoluta perfección de los humanos no es bien considerada aquí. Si te dejo entrar así te van a ver con malos ojos, pues toda tu vida fue de buenas obras. Te diré lo que haremos: voy a dejar que bajes a la Tierra un par de horas, tiempo suficiente para que cometas algún pecadillo a tu elección. Haz una mala obra, cualquiera. Cubierto ese pequeño requisito podrás entrar en el Cielo sin tocar baranda". Bajó pues a la Tierra don Bonilio. Por el camino iba pensando qué mala obra podía cometer. Una se le ocurrió: era casado, de modo que fornicar con otra mujer sería mala obra. Al llegar a su ciudad buscó la casa de Uglicia, mujer añosa y fea que de seguro accedería a la proposición. "-¡Don Bonilio! -exclama ella muy asombrada al verlo-. ¡Oí que había fallecido!". "-Hubo una confusión -replica el visitante-. Vengo porque siempre me ha gustado usted, y quisiera hacerle el amor". Aceptó de inmediato Uglicia, en efecto, y don Bonilio hizo lo que tenía que hacer. Cualquier sacrificio con tal de ganar el Cielo. Al terminar el trance le dice Uglicia, extática: "-¡Cómo le agradezco esto, don Bonilio! ¡Jamás había conocido yo tanta felicidad! ¡Mi vida era una continua solitud a causa de mi extremada fealdad! ¡Ha hecho usted una buena obra!"... FIN.