Qué cosa tan extraña es la democracia. Yo no me canso de admirarme ante ella. En el Águila de Oro, antiguo y tradicional barrio de mi ciudad, Saltillo, había un perro donde se juntaban quizá todas las razas caninas existentes: tenía hocico de boxer, orejas de cocker spaniel, cola de afgano, tristísimos ojos de sabueso, largor de perro salchicha, pelaje de french poodle, patas de chihuahueño y ladrido chillón de pequinés. El dueño del excéntrico caniche le puso por nombre "El almirante". Explicaba el sonoro apelativo diciendo que todos se "almiraban" al ver al exótico animal. Pues bien: igual de almirante es la democracia. Pondré un ejemplo sólo para fundar mi admiración. En tiempos de los regímenes priistas sabíamos quién iba a ser el Presidente un año antes de las elecciones. Ahora, en esta época democrática, lo sabemos con dos años de anticipación. En efecto, ya todo mundo da por cierto que Andrés Manuel López Obrador habrá de suceder a Fox en el cargo que antes se llamaba "la primera magistratura" y que actualmente debe ser la sexta o séptima. Acerca de esa profecía yo tengo dualidad de sentimientos. Por un lado escucho las buenas opiniones que la gente común vierte en el Distrito Federal sobre su gobernante. No es cosa fácil ser alcalde de una monstruosidad como el DF, y el tabasqueño ha sorteado con extremado tino todos los obstáculos. Pienso también que si la derecha y el centro han tenido ya la ocasión de gobernar, sería buena cosa que la izquierda también tuviera esa oportunidad, si es que la izquierda existe todavía y si logra ponerse de acuerdo consigo misma por primera vez. Pero me inquietan las críticas que se hacen sobre el temperamento y modos de López Obrador: su autoritarismo, sus manipulaciones populistas, la demagogia que encubre su proceder. Nada de eso es nuevo en nuestra vida pública, pero actitudes así desasosiegan y hacen poner entre paréntesis cualquier asomo de confianza. Todavía falta tiempo, sin embargo. En dos años mucho puede pasar, por más que en cuatro no haya pasado absolutamente nada... Simplicio, cándido joven sin ciencia de la vida, casó con Pirulina, muchacha ya avezada en todos los menesteres de la mundanidad. La noche de las bodas ella se le echó encima al inocente novio y empezó a cubrirlo de besos ígneos y tórridas caricias. Él, sorprendido, la dejaba hacer. Pero de pronto la muchacha llevó la mano a la entrepierna de su asustado maridito. "-¿Qué haces?" -pregunta despavorido el candoroso joven. "-¡Quiero tener un hijo!" -profiere Pirulina en urente arrebato pasional. Replica Simplicio con asombro: "-¿Y acaso crees que ahí traigo a la cigüeña?"... La esposa de Capronio desapareció, y los vecinos dieron cuenta a la policía de su ausencia. Una semana después llegaron dos agentes a la casa de Capronio y lo hallaron en juerga de copas y bailongo con tres muchachas para él solo. Le dicen: "-Ya encontramos a su esposa". Repone Capronio con enojo: "-¿Y quién ch... les dijo que la buscaran?"... Pepito le dice a su maestra en el jardín de niños: "-¿Jugamos al lero lero, miss Ticona?". "-¿Cómo se juega al lero lero?" -pregunta la miss. Responde Pepito: "-Yo me meto las manos en las bolsas del pantalón, y si usted me agarra el dedito gordo de cualquiera de mis dos manos, gana". La profesora acepta y Pepito se mete las manos en las bolsas. La miss lleva la mano a uno de los bolsillos de Pepito, busca en él y exclama con voz de triunfo: "-¡Ya te agarré el dedito!". Entonces Pepito se saca las dos manos de las bolsas, las levanta en alto y exclama con voz de mayor triunfo: "-¡Lero lero!"... FIN.