Hay cosas que no entiendo. Pondré un ejemplo. El recién casado cargó a su flamante mujercita para introducirla en la morada conyugal, según la conocida tradición. Ya dentro de la casa el novio abrió los brazos y dijo con orgulloso acento: "¡Mira, Rosilí! ¡Sin manos!". Y sin embargo siguió sosteniendo a la asombrada novia. ¿Con qué la estaba deteniendo para que no cayera? He ahí uno de los muchos misterios que no he podido descifrar. Otro: ¿por que llaman "Reunión en la Cumbre" a las juntas como ésta que ahora se realiza en Monterrey? Cumbre sería si asistiera una auténtica representación de la gente común que vive en cada uno de los países participantes: tú, yo, nuestro vecino, la señora de enfrente, los niños de la colonia, el pueblo, en fin. He ahí la verdadera cumbre. ¿Acaso tienen los presidentes poder de soberanos que hacen su propia voluntad y están por tanto en aptitud de concertar acuerdos sin limitación? Yo digo que esos encuentros son más bien una especie de cócteles de sociedad, carísimos que sólo dan lugar a fatigosos protocolos y a risibles -o patéticas- anécdotas como aquella que protagonizó Vicente Fox en la pasada reunión de la ONU, cuando su malhadada escaramuza con esa añosa sierpe, Fidel Castro. No es de extrañar entonces que el resultado de los encuentros de magnates sea mitad nada y mitad cero. Ningún acuerdo sale de esas juntas que quieren ser remedo de aquellas como la de los Cuatro Grandes en el pasado siglo. La Unión Europea no surgió de cónclaves así, que ni siquiera alcanzan a tener un vago simbolismo. Esa Unión resultó de un laborioso, largo y callado proceso cumplido en arduas sesiones de trabajo por especialistas en las diversas materias relativas al trato entre naciones. Mucho costo y ningún fruto, en cambio, son el balance final de las solemnes farsas como esta que ahora trastoca la vida cotidiana en Monterrey y obliga a levantar altas murallas para sosiego y comodidad de los personajes asistentes. A través de las bambalinas del tinglado, sin embargo, alcanzamos a ver que se confirma el enunciado real de la Doctrina Monroe: hoy, como ayer, América para los norteamericanos... El niño llegó deshecho en llanto a la sala donde estaban sus padres. "-¡Mami, mami! -clama entre sus lágrimas-. ¡Me picó la araña!". El señor se molesta. "-Ya te he dicho -reprende a su mujer-, que no quiero que al niño lo inyecte tu mamá"... El juez revisaba el expediente del reo. "-Estoy leyendo aquí -le dice- que cometió usted un fraude de un millón de dólares". "-Señor juez -se justifica el acusado-, lo hice por hambre". "-¡¿Por hambre robó usted un millón de dólares?!" -se indigna el juzgador. "-Tenía bastante" -replica con humildad el individuo... Don Algón iba a contratar una nueva secretaria. Interroga a una de las solicitantes: "-Y dígame, señorita Pompinú: ¿tiene usted referencias?". "-Tengo tres -responde con sonrisa coqueta la muchacha-. Busto, 105; cintura, 60; cadera, 96"... Celiberia Sinpitier, madura señorita soltera, recibió en su departamento la visita de don Otoñino, senescente caballero a quien la edad no había quitado los rijos amatorios. Lo demostró cuando, ya entrado en confianza por efecto de dos o tres copitas de vermú, le hizo a Celiberia la consabida y tradicional propuesta. Ella le respondió: "-No puedo acceder así como así a su petición, don Otoñino. Pero hagamos una cosa: juguemos a las escondidas. Me esconderé, y usted me buscará por todo el departamento. Si me encuentra haremos lo que usted quiere. Si no me encuentra, estoy atrás de las cortinas de la recámara"... FIN.