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De Política y Cosas Peores

Por Armando Camorra

La filosofía, ese gran fruto del desconcierto humano, ha dado reflexiones importantes, desde las de Tomás de Aquino, Berkeley o Heidegger hasta ésta de un cierto amigo mío, de edad madura ya, que hablando de mujeres dijo con tono melancólico: "Cuando tenía qué echarles no tenía qué darles; ahora que tengo qué darles no tengo qué echarles". En efecto, la vida y el mundo presentan claroscuros y contrastes. Cierto señor obispo estaba hablando en su homilía acerca de la cuestión social. Con estridente voz anunció un gran descubrimiento: "¡Es muy injusta la distribución de la riqueza!". Un viejecito le dijo a su vecino de asiento: "Yo ni siquiera sabía que la estaban distribuyendo". Tenía mucha razón. En esto, como en todas las cosas, para hacer un pastel de liebre primero hay que tener la liebre. Antes de pensar en distribuir la riqueza se debe pensar en crear riqueza. En tal terreno los modelos estatistas han fracasado: han hecho que todos sean iguales en la pobreza. Las fórmulas capitalistas, en el otro extremo, han creado riqueza, pero para unos cuantos. Si el mundo me permite una recomenda-ción yo le sugeriría una fórmula que combinara el requisito esencial de la libertad con la aspiración universal de la justicia. Los globalifóbicos, esos extraños entes, abogan por la dignidad de la vida, y para defenderla se clavan un puñal en el corazón. Hablan de paz, y sus manifestaciones están llenas de violencia. Lo peor de todo es que van, remeros locos, en contra del río de la Historia. Los nuevos tiempos son de universalidad, de muros que caen y fronteras que poco a poco se van difuminando. A los nacionalismos les está saliendo cola como de dinosaurios. Las murallas que levantan los fanatismos religiosos o políticos, y esos patéticos fichajes provocados por el terror y el miedo, serán juzgados con extrañeza suma por los historiadores de mañana. Y del domingo, también. Desde luego mi visión es la de un optimista tipo Leibnitz, pero precisamente porque en el mundo hay desesperación no podemos renunciar a la esperanza. (Permítanme ustedes un momento para apuntar esta última frase, no sea que se me olvide. "Precisamente porque en el mundo hay desesperación no podemos renunciar a la esperanza". ¡Carajo, la frase está como para inscribirla en bronce eterno o mármol duradero!). Una de las notas del progreso es su carácter de inevitable. Hasta por fuerza de la biología vamos mejorando. Debemos mirar con buenos ojos, pues, todo aquello que una al mundo, aunque cobre la sospechosa forma de un tratado de libre comercio, y debemos abominar de todo aquello que separe a los hombres, llámese Muro de Berlín o fichaje de George Bush. Dicho lo anterior regreso a mi oficio, que es el de contador de cuentos... Jactancio, argentino él -porteño, por más señas-, se encontró en Nueva York con un amigo. "-Ya llevo aquí seis meses -dice Jactancio-, y me ha ido más o menos bien. Soy director del World International Universal Pangea Global Bank; tengo un Ferrari; vivo en un penthouse frente a Central Park, y estoy en vías de comprar un departamento en los Campos Elíseos de París, una villa en Florencia y hasta una casa en Saltillo". "-¿Y de mujeres?" -le pregunta el otro. "-La voy pasando -responde con displicencia el argentino-. Ahora estoy saliendo con Demi Moore". "-¿Demi Moore?" -repite el otro, boquiabierto. "-Andá, che pibe -dice el argentino-. Con esta crisis lo que salga es bueno"... Llegaron unos hombres del pueblo al convento donde vivían las monjitas, y pidieron hablar con la madre superiora. Le dice uno: "-Venimos a invitar a las hermanas a las fiestas patronales". "-¿Pa’ tronales qué?" -pregunta la superiora con recelo... FIN.

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