Inútil fue mi afán, vano mi empeño: la Pía Sociedad de Sociedades Pías no otorgó su imprimátur -quiero decir su venia o permisión- para que pueda publicar yo aquí el chascarrillo intitulado "Confusión". Quizá pensaron los rigurosos jueces encargados de dictaminar sobre él que se aludía en ese cuento a la situación nacional, el caso es que negaron el visto bueno que se necesita antes de dar a los tórculos la mencionada narración. Aun así la sacaré a la luz. ¿Acaso murieron en vano quienes hicieron la Revolución Francesa y conquistaron con su sangre, de diferentes tipos, el don precioso de la Libertad, obteniendo además como pilón, adehala, gaje, añadidura, alipego, ñapa o gratificación los no menos apreciables frutos de la Igualdad y la Fraternidad? Ahora bien: ¿de dónde viene esa expresión tan mexicana, "pilón"? Así, pilón, se llamaba el cono de piloncillo o panela que los abarroteros de antes tenían sobre el mostrador, y del cual cortaban porciones para su venta. Al pie del cono se iban acumulando raspaduras, pequeños fragmentos de aquel sabroso dulce, y los chiquillos que iban a hacer las compras pedían al tendero: "Deme del pilón", que se convirtió luego en "Deme el pilón". Había abusos infantiles, claro. "Don Fulano: que dice mi mamá que si le cambia este billete de un peso por cinco monedas de a veinte". Cambiaba el de la tienda el billete, con amabilidad. Y el muchachillo: "¿No me va a dar pilón?". Pero me aparto del objeto de este anuncio: el próximo viernes lean aquí mis cuatro lectores el cuento de léperos intitulado "Confusión"... Frente a la sala de partos el joven marido aguardaba con ansiedad a que su esposa diera a luz. Se abre de pronto la puerta y asoma la cabeza el médico. Sonriendo alegremente le hace al muchacho con los dedos la seña que sirve para indicar tres, y luego desaparece tras la puerta sin decirle más. "-¡Diosito lindo! -ruega lleno de angustia el joven esposo-. ¡Haz que sean kilos!". ¡El pobre se espantaba ante la posibilidad de que su mujercita hubiese dado a luz trillizos! Y no le faltaba la razón: en estos tiempos los hijos son un lujo tan caro que ya sólo los pobres se lo pueden dar. Al tratar la cuestión relacionada con los embarazos que resultan de relaciones extramatrimoniales algunos hombres de religión -nótese que no se puede decir "mujeres de religión"- se oponen al uso de la píldora postcoito, y recomiendan la continencia como medio para evitar eso que ciertamente es un problema. Sin embargo la realidad, que tan terca es, muestra de modo indubitable que un elevado número de jóvenes no practica esa abstinencia. Sería deseable que la practicaran, claro, tomando en cuenta la posibilidad de un embarazo no deseado y -más peligrosa aún- la amenaza del sida. Pero lo cierto es que las relaciones sexuales entre jóvenes no casados son muy frecuentes. Ante esa situación habría que optar por el llamado "mal menor", en este caso el uso de dicha píldora postcoito. Un solo reparo le pondría yo, y es cuando la píldora traiga como efecto la expulsión del óvulo ya fecundado. En ese caso estamos ya en presencia de una vida humana, de un cuerpo que, aunque invisible casi y sin la forma humana todavía, es otro cuerpo ya, diferente del cuerpo de la madre. Defiendo el derecho de la mujer sobre su propio cuerpo, pero no sobre el cuerpo de otra persona. Y es otra persona la que está en el cuerpo de la madre cuando el milagro de la vida se ha producido en su interior. Esa vida es sagrada; trasciende toda prescripción humana. Entiendo el drama de la mujer que aborta: es el drama de una vida que desaparece. Pero por encima de toda consideración y toda pena ha de triunfar el don precioso de la vida... FIN.