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De Política y Cosas Peores

Catón

Los siete pecados capitales tuvieron junta de familia. Llegó la Envidia, el más triste de todos. Llegó la Ira mordiéndose a sí misma. Llegó entre dos bostezos la Pereza. Llegó la Gula, último pecado de carne que el hombre puede cometer. Llegó la Avaricia, que no es dueña ni aun de lo que tiene. Llegó la Lujuria, pecado tan pobre y débil que los años bastan para acabar con él. Finalmente llegó la Soberbia. Al verla todos los demás pecados se levantaron, respetuosos, y le dijeron: "-¿Cómo estás, mamá?". De veras: la Soberbia es la madre de todos los pecados, la fuente de mil y mil (dos mil, si sumé bien) calamidades para los humanos. En tratándose de las naciones la Soberbia ha tenido diversos territorios, imperios que creyeron ser dueños del mundo, o que en verdad lo fueron. El primero fue Roma, desde luego. Luego España, cuando en sus dominios jamás se ponía el sol (por eso la gente no dormía bien). La Inglaterra imperial vino después, la de Kipling, Gladstone y Victoria. Ahora la Soberbia vive en Estados Unidos. La acompaña el Miedo, pero aun así el imperio de George Bush el Pequeño -tampoco el otro Bush era muy grande- actúa con la insolencia de los poderosos que no tienen ninguna otra potencia frente a sí. En un mundo plural y diverso el Presidente yanqui ha reinventado la unilateralidad. Con su texana bota pateó a la ONU, y con ella a todos los principios y valores en que se finca una sana convivencia internacional. Dice Bush que lo acompañan en la guerra sus aliados -Inglaterra, España, Italia y otros países de menor cuantía-, pero eso es como si el ventrílocuo dijera que el muñeco que tiene en las rodillas es su amigo, o como si el patético onanista solitario declarara que la muñeca de plástico en la que desfoga sus fantasías eróticas es su amante. Marionetas son esas supuestas naciones aliadas, cuyos dirigentes las han rendido servilmente al poderío de un imperio que no reconoce ningún orden legal, ningún compromiso ético y ningún control internacional. Díganme mis cuatro lectores si no tengo razón para estar encaboronado... Don Astasio llegó a su casa y sorprendió a su esposa Facilisa practicando con un desconocido "the old in and out" que dijo Anthony Burgess. Colgó el sombrero, el saco y la bufanda en el perchero y luego fue al chifonier en busca de la libreta donde apuntaba dicterios para decirlos a su esposa en ocasiones como ésa. Volvió y le espetó a la pecatriz estas palabras, que leyó con voz monótona de tenedor de libros: "-Furcia, pendona, coima, calientacamas, pupila, maturranga, hetera, falena, mesalina". "-¡Ay Astasio!" -responde con enojo doña Facilisa-. ¡Tú te has propuesto amargarme el rato!"... Nadie lo esperaba, pero a Liberia Pompisdá le salió un novio. Y es que a pesar de su juventud la muchacha tenía muchos kilómetros de vida recorridos, casi todos de terracería. Su mamá nunca había dado crédito a los rumores que corrían -con bastante velocidad, por cierto- acerca de su hija, de modo que se quedó turulata cuando Liberia le hizo una delicada pregunta acerca de la vida conyugal. "-Mami -quiso saber la señorita Pompisdá-. ¿Es cierto que cuando te casas ya no te pagan por hacer el amor?"... Dulcilí era una ingenua muchacha; Libidiano un arriscado seductor. Un día el concupiscente galán invitó a la cándida doncella a dar un paseo en automóvil. Ella ve el coche y le reclama a su verriondo amigo: "-Me engañaste, Libidiano. Me dijiste que tu coche es convertible, y no lo es". Pregunta él: "-¿Eres señorita?". "-Por supuesto" -replica Dulcilí con tono de ofendida dignidad. Le dice Libidiano: "-El coche es convertible. Sube a él y verás que te convierto en señora"... FIN.

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