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De Política y Cosas Peores

Por Armando Camorra

Un súbito arrebato erótico acometió a la pareja de recién casados en la cocina de su casa, y ahí mismo, sobre la mesa convertida en tálamo, los jóvenes esposos se entregaron el deleitoso trance connubial. Ahíto ya el deseo, satisfechas las ansias amatorias, le dice él a ella con una sonrisa de felicidad: "-¡Qué poco te conoce tu mamá, mi vida! ¡Dice que no eres buena en la cocina!"... Pipo Lanarts, crítico de espectáculos, escribió un lúcido ensayo titulado con ingenio "Crítica de la crítica", que sus amigos leerán -está escrito para ellos, no para el gran público ignorante- y que posiblemente lo hará candidato al Premio Chontalpa de Arte, Ciencias, Cultura y Civilización en General. En su texto -un clásico ya aun antes de publicarse- el imprescindible autor glosa una idea de Adam Stompitz (Juneau, 1955-1962), quien afirma la división del mundo en dos grandes bloques separados por una línea imaginaria: el ecuador. El primer bloque se llamaría -provisionalmente- hemisferio norte; el otro, hemisferio sur. Pero ¿existe en verdad esa división? se pregunta Pipo Lanarts. ¿No será una especie de maniqueísmo derivado de las ideas calvinistas? Ahora bien: ¿qué influencia tuvo ese concepto en el arte bizantino? ¿Debemos suponer que la economía de los países emergentes se sustenta en ella? ¿O acaso se ha perdido la noción del rombo -figura que antes tuvo tanto prestigio- en el relativismo de las sociedades modernas? ¿Cuál es el destino de eso que conocemos como espejos? La novela actual ¿responde a los imperativos de la ecología o es una simple lucubración de teóricos? Pipo Lanarts se plantea con seriedad esas preguntas y no responde a ellas. ¿Puede haber mejor prueba de su honestidad intelectual, del rigor con que aborda su trabajo? Tampoco a estas preguntas da respuesta Lanarts, y así confirma su presencia en el panorama -que sería tan indigente de no ser por él- de nuestra literatura crítica. Otra cosa señala Pipo Lanarts: la necesidad de incluir a los autores mexicanos del pasado en los programas tendientes a formar lectores. Nombres como los de Acuña, Altamirano, Prieto, "Micrós", Nervo, Gutiérrez Nájera, Díaz Mirón, Urbina, López Velarde, Othón y otros podrán parecer caducos ya, obsoletos a la luz de la modernidad, pero tienen la gran virtud de ser inteligibles y fáciles al gozo. El lector de autobús o Metro los puede entender y disfrutar sin romperse con ellos el caletre para dilucidar cuestiones como las que en las líneas anteriores se planteó Pipo Lanarts, y sin llegar a la conclusión de que es imbécil por no poder hallar la salida -y ni siquiera la entrada- de los laberintos que otros autores de más actualidad erigen, y que sólo sus pares pueden a veces descifrar. Hay que darle una patada en el trasero al esnobismo, esa aburrida forma de la cursilería, y entregar a la gente la raíz de su literatura como un abecedario elemental, pero útil, para hacer de cada lector inicial un aprendiz de buenas letras, que equivale a ser aprendiz de vida: de buena vida, que es muy bueno, y de vida buena, que es aún mejor... Don Martiriano leía el periódico, y empalideció de pronto. "-¿Qué te pasa?" -le pregunta su mujer, doña Jodoncia. "-Asesinaron a Camelino Patané -responde con temblorosa voz don Martiriano-. Él fue quien me presentó contigo. Voy a ser el principal sospechoso de ese crimen"... Un señor olvidó su reloj en casa. Tenía una cita a las 2 de la tarde. Mira a dos chicas que estaban en la esquina y se dirige a ellas. "-Perdonen -les pregunta-. ¿Son las dos?". "-Nomás yo -contesta una de ellas-. La señorita me está preguntando una dirección"... FIN.

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