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De Política y Cosas Peores

Por Armando Camorra

Doña Burcelaga pasó un mes cambiando los muebles y las cortinas de su casa. En la nueva decoración aplicó el concepto del feng shui, pero también usó ciertos rasgos de minimalismo, la idea reduccionista de los shakers norteamericanos y el estilo llamado "Renacimiento haitiano". Estaba doña Burcelaga colgando las últimas cortinas cuando se abrió la puerta y entró su esposo don Epaminondas. Llevaba del bracete a una estupenda morenaza de tetamen catedralicio y nalgatorio a cuya vista habría babeado Rubens, quien al siguiente día habría despedido a todas sus modelos por anoréxicas, encanijadas, caquécticas y escuchimizadas. Ve doña Burcelaga a su marido en tan opulenta compañía y le pregunta con esa oculta saña que sólo una mujer celosa puede emplear: "-¿Y eso?". Replica don Epaminondas: "-Tú tienes tus ideas para redecorar la casa, y yo tengo las mías"... Sir George Lovesteak y su fiel -aunque gordo- escudero Jippo llegaron a toda prisa al castillo que resguardaba la pureza virginal de la princesa Guinivére. No la encontraron en la sala de tapices, por más que buscaron atrás de todos ellos. Tampoco estaba al lado de sus ayas, dueñas y azafatas. No triscaba en el jardín con sus amigas, como solía hacer para aliviar el tedio de las horas que pasaba seclusa. ¿Dónde podía estar la tímida doncella? A grandes trancos subieron Lovesteak y Jippo la escalera, y entraron en la alcoba de la pálida Guinivére. Lo que sus ojos vieron los dejó sin habla: en el lecho estaba la princesa yogando muy competentemente con un feo dragón. Echaba fuego el drago por la pasión del trance, pero humeaba también la casta Guinivére, cuyos jadeos y resoplidos -indignos por cierto de su condición- daban a conocer que estaba gozando con vehemencia el arrebato erótico. Jippo le dice a Lovesteak con su flema habitual: "-Reconozcámoslo, sir George: llegamos tarde"... La Suprema Corte de Justicia desechó por inconstitucional el delito de uso indebido de atribuciones y facultades por servidores públicos. Tardó un poco en hacerlo -20 años- pero al fin advirtió la vaguedad del término "indebidamen-te", imprecisión que podía dar lugar a toda suerte de interpretaciones subjetivas y arbitrarias. Seguramente el legislador no conoció los textos que sobre la tipicidad escribió don Mariano Jiménez Huerta, maestro mío inolvidable en la cátedra de Derecho Penal en la Facultad de Derecho de la UNAM. De haberlos conocido no habría incurrido en esa falta de claridad legislativa que con razón es tachada ahora de falta de constitucionalidad. Es necesario que los legisladores aprendan a legislar con claridad. Si son abogados y políticos al mismo tiempo bien podrían asesorarse con alguien que sepa de Derecho. Por eso asiste la razón a quienes piden que haya reelección de diputados, de modo de no estrenar cada tres años lucientes ineficiencias, flamantes ignorancias y novedosas patanerías. En tiempos del antiguo régimen, el priista, yo me oponía a cualquier forma de reelección. ¿Cómo podía haber reelección si no había auténtica elección? Ahora ya tenemos elecciones -Andrés Manuel haría bien en no ceñir la faja todavía-, por eso apoyo la idea de la reelección de alcaldes, diputados y senadores... Sigue ahora un cuentecillo impúdico... Don Senilio llegaba al siguiente día a los 80 años. Al acostarse la noche de la víspera dice frente al espejo en tono filosófico: "-Estos ojos que tanto han visto, este cerebro que tanto ha pensado, estas manos que tanto han hecho, estos pies que tanto han caminado, cumplirán mañana 80 años...". Se interrumpe brevemente, dirige la mirada a su entrepierna y dice luego con rencoroso acento: "-¡Y si tú, desgraciada, no te hubieras muerto hace 20 años, también mañana estarías cumpliendo los 80!"... FIN.

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