A esa muchacha le dicen "La antorcha olímpica". Va de mano en mano... Yo no sé nada de cuestiones hacendarias. Podría ser un excelente miembro de la Comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados. Mi miopía de hacendista, sin embargo, no es tanta que me impida ver la naturaleza de la propuesta que la Presidencia de la República y la secretaría de Hacienda llevaron a la llamada Convención Nacional Hacendaria. Esa propuesta, expresada en términos bucólicos, consiste en sacarle más leche a la vaca sin darle de comer y sin procurar tener más vacas. En efecto, la política hacendaria de este régimen ha sido fundamentalmente -por no decir únicamente- recaudatoria. No se han hecho los cambios que permitirían fortalecer a la pequeña y mediana empresa, atraer más inversiones extranjeras y facilitar el trabajo de los empresarios suprimiendo la letal tramitología que hace de México un paraíso de burócratas y un infierno para quienes quieren invertir y trabajar. Se busca sacarle más leche a la misma vaca, pero sin ayudarle a que produzca más y sin añadir otras vacas a la única que se está ordeñando. Desde la cima imponente de mis ignorancias propongo que se amplíe la base de contribuyentes en vez de exprimir más a los mismos que siempre han contribuido... El médico examina con una lupa la entrepierna del furiosísimo paciente y luego le dice, consternado: "-¡Qué barbaridad, don Apocacio! ¡Se suponía que ese medicamento lo único que reducía de tamaño era la próstata!"... Don Algón, añoso y salaz ejecutivo, conoció en una fiesta a Rosibel, hermosa joven en plenitud de abriles. Decidió usar con ella una aproximación romántica. Recordó sus lecturas de Bécquer: "Por una mirada un mundo; / por una sonrisa un cielo. / Por un beso... ¡Yo no sé / qué te diera por un beso!". Se acercó luego a la núbil doncella y le dijo con anheloso acento: "-¡Señorita Rosibel! ¡Daría cualquier cosa por un beso suyo!". "-¿Ah sí? -replica ella amablemente-. ¿Y como cuánto es para usted ‘cualquier cosa’?"... Empédocles Etílez y Astatrasio Garrajarra, ebrios perseverantes, se corrieron una parranda de órdago. En horas de la madrugada les cerraron la última cantina. Propone Astatrasio: "-Vamos a mi casa a seguirla". "-¡Estás loco! -se espanta Empédocles-. Conozco bien a tu mujer. ¡Nos mataría!". "-Vamos -insiste Astatrasio-. Te vas a llevar una sorpresa". Van, en efecto. Astatrasio abre la puerta, y lo que vio Empédocles lo dejó sin habla: en la sala estaba la esposa de Astatrasio, en cuatro patas, como perrito amable, esperando al jefe de la casa con sus pantuflas entre los dientes. Boquiabierto, Empédocles no acertó ni a preguntar cómo era posible aquello. Sin esperar la pregunta Astatrasio le da la explicación. "-Todo empezó cuando vi en un periódico el anuncio de un curso por correspondencia de hipnotismo"... Estamos en la Edad Media. ("Yo soy un cristiano viejo /de tradición ancestral. / A veces soy medioeval / y a veces medio p...". Esta pequeña joya es de don Francisco Liguori, con quien alguna vez compartí páginas en SIEMPRE!, la revista de esa extraordinaria mujer que es Beatriz Pagés). Estamos en la Edad Media. La princesa Guinivére hace llamar a su marido, el caballero Lanceloto, y le pregunta: "-¿Qué hay de cierto en ese rumor que corre en el sentido de que anoche perdiste en el poker la llave de mi cinturón de castidad?"... Lorenzo Rafail le hizo una invitación a su enamorada. "-Vamos atrás de los nopales, María Candelaria -le dijo-. Te prometo que no te haré nada". Responde ella bajando la vista y mordiendo con timidez la punta del rebozo: "-¿Y entonces a qué ch... vamos?"... FIN.