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De Política y Cosas Peores

Catón

Don Senilio, caballero de edad muy avanzada, se compró un suéter de estambre blanco adornado con vivos rojos, azules y amarillos. Llega a su casa luciendo la prenda con orgullo, y le cuenta a doña Holofernes, su mujer: "-Me dijo el vendedor que este suéter me quita 20 años de encima". Replica con acritud doña Holofernes: "-Pregúntale si no tiene calzones de lo mismo"... Eglogia, muchacha campirana, decidió dejar su bucólica vida de ranchera e ir a la ciudad a practicar el oficio más antiguo del mundo, pues había oído decir que ese quehacer deja muy buen dinero. ("¿O quién es más de culpar, / aunque cualquiera mal haga, / el que peca y luego paga, / o la que cobra por pecar?"). Se puso Eglogia en una esquina, y no pasó mucho rato sin que se le aprontara un individuo a quien atrajeron la juventud y buen ver de la zagala. "-¿Cuánto cobras?" -le preguntó con el lirismo propio de esas transacciones. "-Cobro caro, siñor" -le advierte la muchacha. "-Lástima -se decepciona el presunto cliente-. Traigo nada más 100 pesos". "- Sí, lástima -se entristece también Eglogia-. Y yo no traigo cambio"... La señora estaba atareada en la cocina. Llega su esposo y le informa: "-Hace media hora el ropero le cayó encima a tu mamá". "-¡Eterno Cielo! -clama la mujer, que en cosa de interjecciones tendía a lo dramático-. ¿Y por qué hasta ahora me lo dices?". Contesta el tipo: "-Es que no podía hablar: me agarró la risa"... Ovonio Grandbolier, el haragán más grande del condado, dormía la siesta bajo la perfumada fronda de un naranjo. Al despertar sintió un poco de sed. "-¡Señor! -pidió elevando la mirada a lo alto-. ¡Mándame una naranja!". En ese preciso instante, como por milagro, una naranja se desprendió del árbol y le cayó en la mano. La mira el gran perezoso y dice luego en tono de reproche: "-¿Sin pelar, Señor?"... Un neoyorquino tenía ya 10 años yendo con el mismo siquiatra, tres veces por semana, una hora cada sesión. El ritual de las consultas siempre era el mismo: a la hora indicada el siquiatra abría la puerta, le indicaba con una seña a su paciente que se acostara en el diván, luego él se sentaba en su sillón y escuchaba con atención profunda lo que el paciente le contaba. Al terminar la hora lo despedía con un ademán. Cierto día el neoyorquino le dice por primera vez: "-Doctor: quiero hacerle una pregunta". "-Lo siento -contesta el analista hablando en español-. No hablo inglés"... Llegó don Astasio a su casa y sorprendió a su esposa, doña Facilisa, en brazos del lechero. Colgó el lacerado marido en el perchero el saco, el sombrero y la bufanda, y luego fue a buscar en el cajón del chifonier la libreta donde anotaba palabras de baldón para decirla a su esposa en esos casos. Volvió, se plantó al pie del poluto tálamo y enrostró a la pecatriz este vocablo: "-¡Maturranga!". Enseguida, dirigiéndose al lechero, lo amonestó con gran severidad: "-Sepa usted, señor mío, que por menos de esto les he cancelado a otros lecheros el pedido"... En tiempos de don Porfirio el lema oficial era: "Poca política, mucha administración". Ahora el lema parece ser: "Muchísima politiquería; nada absolutamente de administración". Nos sentimos ya agobiados, en efecto, por los ires y venires de los políticos, la mayor parte de los cuales son, a lo más, politicastros. Mientras eso sucede el Gobierno naufraga en el mar de no hacer nada, o de hacerlo todo mal. Igual podríamos estar sin Gobierno, digo yo, que no tengo ni un pelo de anarquista. Y a lo mejor, añado, nos iría mejor. Pero mal podemos esperar que el Presidente Fox administre la República, si no puede administrar su propia casa... FIN.

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