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De Política y Cosas Peores

Por Armando Camorra

Una joven y guapa señora fue a consultar al médico. "-Algo raro me pasa, doctor -dijo al facultativo-. Si me acuesto del lado derecho se me sube el hígado. Si me acuesto del lado izquierdo se me sube el riñón. Y si me acuesto boca abajo se me sube el estómago". Sugiere el galeno: "-Pues acuéstese boca arriba". "-¡No! -exclama con alarma la muchacha-. ¡Se me sube mi marido!"... Solicia Sinpitier, madura señorita soltera, fue a una fiesta. Ahí conoció a un profesor de Biología que a pesar de su edad tenía aún pedazos aprovechables, según pudo advertir Solicia. Se pusieron a platicar, y le pregunta el profesor Lineyo, que así se llamaba el mencionado biólogo: "-¿Sabía usted, señorita, que el cuerpo humano está formado en un alto porcentaje por agua?". Inquiere a su vez la señorita Sinpitier con un mohín de coquetería: "-¿Y no tiene usted sed?"... El atrevido galán y su dulcinea salieron a dar un paseo en el coche del muchacho. Las circunstancias -¡ah, las circunstancias!- los llevaron a un paraje alejado de toda indiscreción, menos de la de ellos, y en el asiento de atrás del automóvil se entregaron con ardoroso anhelo al primigenio rito natural. Acabado el erótico trance, que se cumplió con las prisas y urgencias propias de esos casos, el joven fue a dejar a la chica en su casa. Al llegar advirtió algo que lo dejó asombrado: a su coche le habían salido picos en el techo. "-¿Qué será esto?" -pregunta muy intrigado a la muchacha. Responde ella: "-Te dije que me dieras tiempo para quitarme estos zapatos con tacón de aguja"... Pocos Presidentes mexicanos de la época moderna habrán sentido el cruel contraste entre el triunfo y la tragedia, entre las luces de la buena fortuna y la sombra final, como José López Portillo. Muy humano hombre fue él. Quiero decir que mostró largueza lo mismo en sus virtudes que en sus fallas. Su llegada a la Presidencia fue esperanza después de los excesos del echeverrismo. Cuando dijo su discurso de toma de posesión fue como si se hubiesen abierto las ventanas de un sombrío aposento cerrado al aire y al sol. Los tres primeros años de su gobierno fueron esplendentes. Recuerdo la expresión de un capitán de industria en Monterrey que pidió a Dios, en público, que todos los Presidentes que México tuviera en el futuro fueran como José López Portillo. Y luego vino la debacle. Aquel derrumbamiento en lo oficial y en lo privado, aquellas desfachatadas frivolidades, aquella sensiblería en el discurso acompañada de prepotencias en la acción. Sobrevino el caos, y con él la inquietud y la insatisfacción. Se habló entonces de "la docena trágica", de cuyos efectos aún no se repone este país. Y sin embargo me contristó la muerte de José López Portillo, versión modesta de Rey Lear. Vivió sus últimos años acosado aun por quienes más cercanos fueron a él, en la soledad que la pérdida del dinero y el poder suele traer consigo, agobiado por las deudas, la soledad y el desamor. Yo tuve en buena estima a don José. Admiré su prestancia inicial, sus dotes de jurista y maestro, sus buenas prendas de cultura y amabilidad. Le agradecí unas palabras generosas: cuando se estrenó el bello Teatro "Fernando Soler", de mi ciudad, dije en mi calidad de Cronista de Saltillo el mensaje de inauguración. López Portillo comentó después que ése era "el discurso más galano" que había oído en su vida. Le llega ahora la muerte como descanso a sus fatigas del cuerpo y del espíritu. Igual que todos los hombres José López Portillo tuvo grandezas y miserias. Fue muy humano. Quizá sus fallas estribaron, precisamente, en haber sido demasiado humano... FIN.

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