Todos los fanatismos son muy peligrosos. Los que más daño causan, sin embargo, son el nacionalis-mo y el fundamentalismo religioso. ¡Cuántos terribles crímenes se han cometido en nombre de Dios y de la Patria! Otra vez el terrorismo, esa execrable demostración de la estupidez humana, levantó su mano. Ahora la víctima fue España. No hay justificación posible para la muerte de tantos inocentes, para tan hondo sufrimiento. Quienes cometieron esta brutal acción hicieron renuncia a todo lo que redime al hombre; se pusieron al margen de lo humano. Si bien nada los justifica es necesario buscar una explicación para el suceso. Primero se pensó que la ETA, ese odioso grupo de asesinos, era culpable del atentado. Por esa vía fueron las palabras de José María Aznar. Tan extremados han sido los demenciales actos de terror de los etarras que resultaba natural atribuirles esta insania. Luego surgió otra hipótesis, fortalecida por diversos datos: el atentado fue obra de organizaciones islámicas que cobraban venganza por la participación de España en la guerra contra Iraq. Así parecen indicarlo los comunicados en que esos grupos partidarios de Bin Laden reivindican la autoría de esa acción. Está además la circunstancia, que no puede ser casual, de haberse consumado la agresión en día 11, precisamente dos años y medio después del 11 de septiembre del año 2001. De ser así se confirmaría de nueva cuenta que la torpeza de George Bush ha condenado al miedo no sólo a su propio país, sino a todas las naciones cuyos gobiernos acompañaron al belicoso Presidente yanqui en su infame permuta de sangre por petróleo. Injusta fue esa guerra contra Iraq, y bárbara. La violencia desatada por Bush, que ha cobrado también millares de vidas inocentes, regresa ahora convertida en violencia terrorista, única arma que los fanáticos pueden usar contra su poderoso enemigo y sus aliados. Quizá por eso se apresuró Aznar a atribuir la culpa a los etarras: para que no apareciera la responsabilidad que le cabe por haber comprometido a su pueblo en una guerra en la que España no tenía motivo alguno para entrar. Desde luego -obvio es decirlo- esto no justifica la matanza de Madrid. Pero quizá la explica. Inglaterra debe ahora temer un atentado semejante, que ojalá nunca se produzca. Los Estados Unidos, por su parte, están condenados al temor ya a perpetuidad, pues el rencor islámico es paciente, e igual puede mostrarse hoy que al paso de los años. Yo amo a España. Siempre será la Madre Patria para mí. Tengo en Madrid recuerdos entrañables, y amigos españoles queridísimos. Les expreso mi sentimiento de pesar. Por ser mexicano soy mitad español. No alcanzo a imaginar siquiera el dolor de los que sufrieron una pérdida causada por esta nueva locura terrorista. Sean quienes fueron los culpables del crimen su vesania confirma una vez más que la violencia no consigue otra cosa más que ser origen de mayor violencia. Decir eso no es discurrir sobre abstracciones, ni menos aun desprender moralejas simplicistas de un acto tan bárbaro y cruel como esta matanza de inocentes. Se trata, sí, de intentar una reflexión acerca del mundo en que vivimos, que en vez de ser casa común de los humanos es campo de batalla, territorio del odio y la violencia, cotidiano escenario de muerte y destrucción. Pronunciar en este punto la palabra "amor" es suscitar la carcajada. Y sin embargo la prédica del amor debería hacerse en los hogares, las escuelas, los templos, sinagogas y mezquitas. Tal sentimiento, el del amor, es el único que puede salvar al hombre y darle asilo frente al acoso del miedo, la soledad y la muerte, es decir frente a la oscuridad... FIN.