Termina el acto de coición, o sea el erótico trance de libídine y voluptuosidad. El galán enciende un cigarrillo. (Humo y cenizas... ¡Cuán claro simbolismo! De aquí podría yo sacar meditaciones de gran hondura filosófica. Pero no fumo. Por hoy mis cuatro lectores se han salvado). Pregunta la muchacha: "-¿Cómo te llamas?". Contesta el amador: "-Afrodisio Pitorreal". Y dice ella: "-Qué bueno que me acordé de preguntarte tu nombre. Mi mamá me tiene prohibido hablar con extraños"... Don Autumnio, senescente caballero, fue a una fiesta. Ahí le presentaron a una chica de poderosa pechonalidad. Quiero decir que tenía un tetamen basilical, exuberante, magnificente, opimo. De tamaño mágnum era aquella autopista láctea, que no vía. Puesto a trabajar, tan generoso busto habría bastado para cumplir el Programa de Desayunos Escolares en toda la República durante dos ciclos lectivos por lo menos. Don Autumnio era atento, gentil y comedido. Un caballero, al menos de la cintura para arriba. Lo digo porque a pesar de su comedimiento no podía apartar los ojos del doble y profuso encanto de la chica. Recordó, sin embargo, sus lecturas del Manual de Urbanidad y Buenas Maneras escrito por el señor Carreño, y haciendo una reverencia señoril le dijo a la muchacha con meliflua voz: "-Señorita: beso a usted las chi... ¡Perdón! Beso a usted las manos"... No sólo estamos retrocediendo: también vamos para atrás. Ahora resulta que López Obrador, según la descripción que hizo de su propia persona, representa un rayo de esperanza. A mí más bien me parece una rayada. Ciertamente es verdad lo que postula Ortega (José, no Jesús): vivimos de crédito. Es decir, de creencias, de esperanzas. Pero la esperanza tiene en la fe su virtud fundacional. Esperamos porque creemos. Y es imposible creer en alguien como López Obrador, que se organiza a sí mismo manifestaciones de apoyo en la más detestable tradición del populismo caudillista. Cada vez se acentúa más el perfil de demagogo de este astuto priista-perredista. Desde luego eso de haber juntado cien mil cuerpos -que no almas- en el Zócalo no prueba absolutamente nada. Tales mítines se hacen con dinero, y lo que se hace sólo con dinero no tiene gracia alguna. ¿Que López Obrador movió a las masas? Eso hasta una tortillera lo hace, dicho sea con el mayor respeto a las señoras que hacen o venden la "hostia santa", como llamó a la tortilla el poeta Fidencio Flores, de Ramos Arizpe, Coahuila, "El último romántico" junto con otros 2,500 bardos. Si Andrés Manuel López Obrador es un rayo de esperanza, entonces ya nos cayó el rayo. Ninguna buena esperanza representa quien se rodeó de pillos y bribones para gobernar. Si López Obrador conocía la calidad de pícaros de sus amigos y aun así los designó, es inmoral. Si lo engañaron, entonces peca de sandez. Quién sabe cuál de esos dos extremos sea el peor... Pepito, ya se sabe, es una plaga. Sus papás no se han divorciado porque ninguno de los dos quiere quedarse con él. Una noche el señor y la señora fueron a una fiesta, y dejaron a Pepito a cargo de una niñera. Cuando regresaron se sorprendieron al ver al niño dormidito y con una vaga sonrisa entre los labios. Quedaron estupefactos, pues siempre el chiquillo hacía pasar las de Caín a las niñeras. Les dice la muchacha: "-No se imaginan lo que tuve que hacerle para que se quedara así"... La abuelita le aconseja a la muchacha: "-Con los hombres no te fíes, Susiflor. No te fíes". "-No me fío , abuelita -le asegura ella-. Siempre les cobro al contado"... (Traía un letrero allá donde les platiqué: "Hoy no se fía, mañana sí")... FIN.